HACE ONCE AÑOS (Pt 1)

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Caleb lleva la delantera, él es más grande, más listo. Y que no te engañen sus hoyuelos profundos o sus ojos color avellana, siempre tiene un astuto plan bajo la manga.

—Caleb, eres un tramposo. —Grita Jules tratando de alcanzarlo en vano. Sus piernas cortas y su incómodo atuendo de falda de tul, pomposo y elegante no la dejan ir más rápido en la pista de juegos.

—Ya no quiero jugar contigo, siempre haces lo mismo. —Se sienta en la grava dramáticamente, inflando su falda con el aire otoñal que se cuela por debajo y cruza sus delicados brazos sobre su pecho. Si Caleb no la conociera como a la palma de su mano, no se habría percatado de cómo su labio inferior había empezado a temblar.

—A veces quisiera tener alguien con quien jugar, que no fuera una tonta niña llorona. —Rueda los ojos, pero se acerca a ella para consolarla, él sabe en lo más profundo de su ser que, a pesar de que sea una tonta niña llorona, jamás quisiera verla sufrir.

—No soy una tonta niña llorona. —Protesta ella.

—Pruébalo. —La reta el pequeño niño. Con sus ojos bien abiertos y llenos de expectación escanea el parque en busca de un buen desafío.

Entonces lo ve: el pasamanos color amarillo oxidado, lleno de bacterias y húmedo por el rocío se encuentra a solo un par de metros.

—Salta de ahí. —Ordena y lleva la mirada de Jules en dirección a su astuto plan. —Si lo haces, ganarás al fin.

Sabe que Jules es valiente, pero su mirada color gris claro, como el mármol, recorre la distancia del pasamanos al piso con evidente temor, así que sabe que su pequeña victoria está casi en su bolsillo.

—Está bien. —Suspira Jules después de un rato y se pone de pie sacudiéndose la tierra de sus medias de lana con corazones bordados mientras camina hacia la ahora, estructura mortal.

—¿Qué? —Caleb la sigue confundido, levantándose detrás de ella, tiene que estar bromeando.

—Dije que lo haré. —Jules está temblando pero se las arregla para esconder su miedo y se limpia las palmas de las manos antes de empezar a subir los metálicos peldaños oxidados.

—Quiero que dejes de molestarme. A veces pienso que no te caigo bien. —Jules ahora habla un poco más fuerte, para que Caleb pueda oírla desde el suelo. Ojalá Jules supiera que Caleb siente todo lo contrario.

—Jules, baja de ahí, sabemos que no eres capaz de hacerlo, vas a terminar llamando a tía Nora y vas a hacer que me castiguen por tu culpa.

Si la idea de Caleb era hacerla cambiar de opinión, ha logrado, de hecho, todo lo contrario.

Jules lo mira con los ojos entrecerrados, su mirada brillante por el desafío, y, a pesar de que todo su cuerpo le dice que no lo haga ella salta los dos metros hacia el suelo de arenilla roja y verde.

Dos metros no parecen demasiado, si mides uno ochenta y tienes 18. En cambio para una niña de cinco años, es como saltar desde un acantilado directo a la inconsciencia.

Fue una chiquilla muy valiente, y Caleb lo sabe, pero no fue muy lista. Aunque en su frágil y maleable mente tenía sentido hacerlo para que Caleb dejara de meterse con ella de una vez por todas.

Lo siguiente que sintió Jules después de saltar fueron sus manos doblándose, incapaces de sostener su peso, su cara estrellándose en un golpe fuerte y concreto contra el piso del parque y Caleb corriendo hacia ella mientras la inconsciencia provocada por el impacto se apoderaba de ella.

—Despierta Jules. —Dice el ahora asustado Caleb mientras pone la cabeza ensangrentada de la pequeña sobre sus piernas. Le aparta un par de mechones de cabello revuelto y la intenta despertar con un par de cachetadas gentiles, pero ella no responde.

No puede entender como fue que sucedió todo esto, solo estaban jugando y ahora, por su culpa, su mejor amiga, su prima y la niña insoportable a la que tanto quería estaba desmayada sobre sus piernas.

El pequeño Caleb sabe que la golpiza que le espera por esto va a ser monumental, sin embargo, está dispuesto a aguantar esa y cien golpizas más si ella despierta. Si ella vuelve con él.

No sé imagina sin ella. Desde el día en que nació, casi dos años después que él, habían sido inseparables, a pesar de que él había sido cruel con ella, habían pasado momentos increíbles jugando a cazar ovnis en el cielo al atardecer o recolectando bichos dentro de los frascos de mermelada.

—Lo siento, Jules. —Solloza mientras limpia la sangre que emana de su mentón con su pequeñas manos sucias y de uñas mordidas. —Despierta, por favor. Despierta. —Solloza de nuevo y se limpia los mocos con la manga de su camisa sin saber muy bien que más hacer, hasta que un par de gritos ahogados llegan a sus oídos desde atrás. Son la tía Nora y su madre Jocelyn.

—Pero que le hiciste esta vez, Caleb. —Lo reprende Nora mientras lo aparta de un empujón para tomar a la pequeña niña entre sus brazos.

—Yo... —Empieza a hablar pero la sola imagen de Jules desplomada como muñeca en los brazos de Nora lo hacen romper en llanto de nuevo.

—Basta, Nora. No siempre es culpa de Caleb, tu niña no es un angelito. —Habla Jocelyn mientras limpia la sangre y la tierra de las manos de su hijo.

—Fue mi culpa, la reté a saltar. Por favor no dejes que le pase nada tía Nora. —El pequeño de cabello castaño ondulado solloza contra las caderas de su madre mientras ella llama a una ambulancia.

C O U S I N S [TERMINADA]Where stories live. Discover now