Capitulo 18: "Chantaje mayúsculo" (Pt 4)

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—Linda, ¿Qué sucede? —La abuela me mira de arriba a abajo cuando me reúno de vuelta con ellas en la estancia, busca torpemente cualquier señal de daño igual que Caleb, solo puedo llorar más.

—Lo perdí. —Digo y me largo a llorar en su hombro. Ella solo me consuela con cara de signo de interrogación, pero tiene la delicadeza de no decir nada más.

Mamá intenta parecer preocupada por sacar a Caleb de prisión, pero cuando el guardia dice que tendremos que esperar hasta mañana ella no opone ninguna resistencia, me pregunto si estará sorprendido por su decisión de dejarlo libre después de que ella hubiera insistido tanto en traerlo aquí en primer lugar, pero supongo que por la discreción que le exige su profesión decide mantener la boca cerrada.

Mi madre ha insistido en volver a casa pero con mi abuela la hemos disuadido para permanecer con nosotras en la recepción hasta que amanezca, para poder sacar a Cal tan pronto como sea posible, y a pesar de que no he dejado de llorar y que no puedo abrir los ojos del todo por la hinchazón, me las arreglo para permanecer despierta, quiero estar para él, no quiero fallarle, no de nuevo.

Cuando son las ocho de la mañana, el nuevo guardia de turno; uno más rechoncho y blandengue se apiada de nosotras y decide soltarlo, sobre todo después de ver nuestros rostros cansinos y desgastados.

Mi mamá se reúne con él un par de segundos pero no me permite acercarme lo suficiente para escuchar y cuando vuelve tiene una mirada encendida, como si estuviera a punto de ganar la lotería.

—Buenos días, señoritas. —Dice dirigiéndose a nosotras. —¿Son ustedes las parientes del joven Caleb Jude Cohen?

Todas asentimos y nos ponemos de pie para seguirlo cuando nos indica con la cabeza que pasemos a su despacho.

—Brody, por favor trae a Cohen, asegúrate de que esté bien esposado. —Ordena y lo miro con cara de pocos amigos.

Él no es un jodido delincuente.

Segundos después Caleb se une a nosotras en la habitación, luce maltrecho, cansado, enfermo y decepcionado cuando me mira a los ojos. Sé que también ha estado llorando.

—Bien, empecemos. —Sacude un par de papeles de archivo para ponerlos en orden y empieza a leer: —Los cargos por los que está aquí, señor Cohen, incluyen, secuestro, extorsión, violencia, agresion y coacción de menores contra la señorita también presente, Jules Cohen.

Hace una pausa casi imperceptible para mirarme por encima de sus lentes al tiempo que la abuela deja de sostenerme para mirarme a la cara buscando cualquier rastro de broma o de mentira, pero no tengo el tiempo suficiente para explicarme, ya que el oficial sigue leyendo.

—En vista de los hechos, pero también de la decisión benevolente que ha tomado su tutora legal, la señora Nora Marie Cohen, de no formalizar la denuncia, queda usted en libertad a partir de ahora.

El alma me vuelve al cuerpo justo antes de que me la arrebaten de nuevo cuando dice:

—A partir de la fecha y hasta nuevo aviso no deberá mantenerse menos de cinco kilómetros a la redonda de la señorita Cohen, ni mantener ningún tipo de relación con la susodicha. De lo contrario será apresado y juzgado como mayor de edad según las leyes de la Constitución de las ciudades de Bonticeou y Basali. ¿De acuerdo?

Nadie habla.

¿No lo veré más?

¿Es así como termina todo?

Trato de mirarlo, trato de hacer que mire en mi dirección, pero se encuentra con los ojos pegados al suelo y los puños tan apretados que sus nudillos se han vuelto blancos.

Llevo mis manos instintivamente a mi corazón, tratando de mantener las piezas juntas, pero ahí ya no hay nada. Después de la bomba nuclear que acaba de solar el oficial allí solo queda un hueco, un profundo y oscuro hoyo de desolación y miseria.

Ya no podré verlo más, ya no podré abrazarlo o molestarlo, ya no podre correr a sus brazos cuando todo lo demás vaya mal. Ella ha ganado, ella lo ha dejado libre, pero se las ha arreglado para mantenerlo lejos de mí. Por siempre.

—¿Queda claro? —Repite mi madre mirando por encima del hombro, con una mirada suficiente y ganadora.

Este era su premio gordo.

—Claro. —Susurra y me parece ver una solitaria lágrima escurriendo por su mejilla.

Trato de protestar, de negarme, de evitar todo esto, pero no logro hallarme a mi misma, no logro encontrar mi voz.

Mi abuela me mira horrorizada, decepcionada, escandalizada cuando me pongo de pie.

Mi madre me mira con aire de suficiencia y de superioridad al haberse salido con la suya y haberme alejado finalmente de Caleb. No por el hecho de que piense que somos hermanos, sino por el hecho que solo así podrá limpiar su conciencia y podrá sacar de su vida a la última persona que sabía su secreto, que le recordaba a su hermana y lo que perdió cuando ella le arrebató a su único amor.

Caleb, ni siquiera me mira.

Todo mi mundo se esta viniendo abajo y no hay nada que pueda hacer para detenerlo. De repente las paredes parecen más angostas y es como si alguien hubiera aspirado todo el oxigeno de la habitación, no puedo seguir allí, no puedo soportar ver como mi mundo está colapsando y a nadie parece importarle una mierda.

—Lo siento, abuela. —Me disculpo sin lograr encontrar más palabras y me pongo de pie.

Avanzo a trompicones hacia la puerta, queriendo salir corriendo de allí tan rápido como me lo permitan los pies, queriendo poner tanta distancia como sea posible entre estas personas y yo, incapaz de contener el llanto.

Lo he perdido a él.

Lo he perdido todo.

Cuando estoy a punto de salir por la puerta, me detengo.

Ella rompió su promesa, ella me alejó de Caleb, ella me lo quito todo y se lo arrebató a él también. El vacío de mi corazón es reemplazado por una rabia incontenible y casi apocalíptica que se extiende hacia mis extremidades controlándome por completo.  

Recuerdo cuando a penas esta mañana estaba cubriendo a mamá, estaba mintiendo por ella, estaba justificándola con los demás, recuerdo como ella jugó conmigo y con sus promesas, recuerdo su cara de satisfacción al ver como la abuela dirigía hacia mi su decepción y no hacia ella. Es verdad que siempre hemos sido las dos contra el mundo, pero me doy cuenta que soy yo sola contra el mundo, defendiendo lo indefendible. 

Me lleva dos segundos darme cuenta que no tengo porque hacerlo más, no tengo porque seguir cargando con sus errores, no tengo porque protegerla.

Me devuelvo con decisión hacia la mesa y arrojo el sobre amarillo sobre los papeles de libertad de Caleb. Lo arrojo con tal violencia que varias de las fotos quedan a la vista, justo bajo la nariz de mi abuela.

Me giro sobre mis talones y camino lejos.

Lo siguiente que escucho es un grito ahogado y horrorizado proveniente de la garganta de la abuela y el sonido de una cachetada contundente impactando en la mejilla de mi madre. 


C O U S I N S [TERMINADA]Where stories live. Discover now