Diez

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Por fin había llegado el día, y yo estaba más contenta y nerviosa que preso recién salido de la cárcel.

Si alguien me hubiese dicho hace un mes que hoy me encontraría de esa forma por ir a ver a alguien a quién ni siquiera le conocía el rostro y... espera... ¡Tampoco conocía su nombre! Bueno, si alguien si quiera lo hubiese mencionado hace tiempo, me habría puesto a llorar de la risa.

Porque ¿Yo? ¿La chica que no puede tener un nueve en los exámenes porque los repite si tiene la posibilidad? ¿La chica que no tolera a su abuela, pero hace lo posible por ser agradecida y una buena mujer? ¿Laura? ¿La que no pone foto en el perfil de Whatsapp porque teme que algún psicópata consiga su número y sepa cómo luce?

Sí, obviamente era una locura lo que haría hoy, pero todavía no había ni un ápice de arrepentimiento. Por otro lado, mi querido novio, aquel con quién perdí mi virginidad el día anterior, no me había llamado en todas estas horas.

No quería ser tóxica, impertinente, pegoste, pero tampoco quería ser estúpida. Yo sabía que los novios atentos y cariñosos estaban al pendiente de sus novias, ¿Por qué el mío no? ¿Acaso lo había obligado a quitarme la virginidad? Quizás sí. Es posible que haya sido demasiado fastidiosa con ese tema, y él, por sacarme de encima, me había dado lo que quería.

Lo que yo creía que quería.

Estaba demasiado confundida y más al rememorar el sueño que había tenido anoche... un sueño húmedo... con señor sexo.
Para mí era imposible no recordar cada cosa del sueño; soy de esas personas que sueñan algo y al otro día no se acuerdan ni siquiera que habían soñado, pero ese sueño, ese extraño, placentero y culposo sueño me paseaba por la memoria burlándose de mí.

Pasé toda la mañana recordando cómo las manos de un hombre desconocido recorrían mi cuerpo con fuerza, pero lentamente, como si mientras mas lento me acariciara, más rápido me conocía. En el sueño era así. Él no solo quería conocerme como persona, también quería conocerme de forma íntima, aunque no podía estar segura de ello; mi novio ni siquiera quería tener sexo conmigo, ¿Cómo alguien que no me conocía podría desearme? El hecho de que Aarón no me haya llamado, no haya llegado en el momento, y no me haya dejado gemir en su oído si quiera, me había bajado el autoestima totalmente.

¿Debería ser así? ¿Se siente de esta forma? Estaba segura que no, pero ¿Qué podía hacer? Aarón era mi novio desde hace casi siete meses y había estado para mí siempre, quizás estaba pasando por un mal momento y yo no quería ser una carga más quejándome de cosas como aquella. Quizás una relación podría mantenerse sin sexo, pero de eso no estaba totalmente segura, y menos, cuando los dos, al menos yo, no era asexual.

Al final había llegado tarde a la universidad, e incluso allí no dejé de pensar en la forma en la que señor sexo me había tomado. Nunca en mi vida había sentido algo tan placentero; cuando me desperté de aquel sueño todavía tenía los suaves espasmos y pulsaciones del orgasmo que había tenido en sueños y eso, en lugar de hacerme sentir culpable, me había hecho sonreír complacida.

En mis divagaciones me había imaginado a señor sexo convirtiéndose en espectro para hacerme tener el orgasmo que no tuve con mi novio. Y si así era la espectrofilia, ojalá me llevarán los muertos, uno en específico, a pesar de sonar más vivo que nadie.

A las tres en puntos todos mis compañeros salieron de clases y yo tras ellos. En la puerta me conseguí con una Lucero sonriente y con cara de mamá orgullosa.

—¡Marica, que emoción! —chilló nada más tenerme a dos metro de ella— Estoy tan orgullosa de ti, disfruta mucho y después te arrepientes ¿Vale?

Asentí.

—Recuerda lo que debes decirle a mi abuela si te llama.

Ella rodó los ojos y me miró indignidad.

—Incluso si no supiera qué decir lo habría inventado, nenaza. De que te cubro te cubro.

Esta vez no le había dicho a mi abuela ni siquiera que llegaría tarde. Simplemente salí de casa como cualquier día normal, como decía Lucero, después me arrepentiría… O no.

—Está bien, te amo —besé su mejilla—. Te traeré una hamburguesa.

—Ay no babosa, ten sexo, olvídate del mundo, y sé feliz.

—Estará su hija —le recordé—, y tengo novio.

Le di un breve abrazo y me fui rápidamente hacia la feria que había en el centro comercial. Hoy no había visto, gracias a Dios, a Aarón; le había enviado un mensaje de buenos días, él lo respondió, y ahí había quedado todo.
Pero ahora no importaba, porque estaba demasiado ansiosa como para pensar en los problemas que tenía con mi novio.

Media hora después me encontraba con el corazón desbocado, ganas de ir al baño, y náusea, mirando hacia los lados a ver si encontraba a alguien con el perfil que me parecía tenía señor sexo.

Me lo imaginaba alto, simplemente alto. Porque no tenía un color de piel, ni un color de cabello, ni un aspecto, simplemente me lo imaginaba alto por su tono de voz tan autoritario. Aunque podía no ser cierto y tampoco importaría.
Habían varios padres con niñas, pero ninguno reparaba en mi presencia...

Espera...

Me empecé a reír como una loca en medio de toda esa gente. Señor sexo se hacía una idea de mí por mi descripción el día de ayer, pero él tampoco sabía cómo realmente lucía, y quizás por eso ni siquiera se me había acercado alguien.

Él me había dicho: En la puerta. Pero en la puerta habían muchas personas.
Saqué mi celular y marqué su número, al tercer tono escuché el ruido de la feria a través del intercomunicador. Al menos no me había dejado plantada.

—Estoy en la puerta —murmuré.

Yo igual —respondió—, y te estoy viendo.

Miré hacia los lados buscando a alguien con una niña y un teléfono pegado a la oreja, pero no veía a nadie con un teléfono pegado a la oreja.

—¿Me estás viendo? ¿Cómo sabes quién soy? —¿Era hora de asustarme?

Eres la única pelinegra con ojos claros, bajita, y con pecas, hablando con alguien por teléfono —hizo una pausa—, además eres muy preciosa. Si esa chica que no estoy viendo no eres tú, iré a pedirle su número porque realmente es hermosa... Pero estoy seguro de que eres tú.

—Vale —murmuré con las mejillas ardiendo—, yo no te veo, ¿Dónde estás?

—A cinco metros de ti, hacia la izquierda —miré en esa dirección—. Tengo una camisa gris, tatuajes en los brazos y una niña inquieta tomada de mi mano.

Y lo vi.






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