Cuarenta y tres

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Luego de una semana ajetreada, donde discutí con mi abuela casi a diario, estudié para exámenes finales y comencé el dichoso curso de administración, al fin había llegado sábado y con él mi cita con Oliver.

Habían tres opciones:

Uno, no arreglamos las cosas y terminamos mal.

Dos, arreglamos las cosas y terminamos como amigos.

Tres, arreglamos las cosas y terminamos como novios.

Mi favorita era la tercera, pero luego de tres días siendo ignorada y rechazada por él, ya no sabía qué pensar. Por eso, mientras caminaba hacia la última mesa del café que habíamos escogido, mi corazón aumentaba el doble de sus latidos con cada paso que daba.

Me había puesto un vestido veraniego, combinado con unas botas de cuero marrón; el cabello atado en una coleta y mi labial rosa me subían mucho el autoestima, porque realmente me miraba increíble.

Cuando estuve frente a Oliver me di el lujo de detallar el lugar, muebles beige, mesas de metal y decoraciones musicales, un lugar cálido y por su ubicación, muy concurrido. Luego lo detallé a él, mi parte favorita, llevaba una camisa verde agua y unos vaqueros negro, más unas Converse del mismo color, habían rizos en su cabello seco que me hicieron suspirar enternecida.

¿Cómo podía alguien ser tan perfecto?

No podía dejar de preguntarme. Él estaba guapísimo.

Su sonrisa me hizo sonreír a mi también, pero verdaderamente me emocioné cuando se acercó y besó la comisura de mis labios, poniendo sus manos en mis caderas para acercarme.

—Va a ser verdad de que te peleaste con el baño —me burlé, viendo la leve mancha entre morado y rojo que quedaba en su pómulo derecho.

Él sonrió apenado y negó.

—No me recuerdes eso, por favor —suplicó, mientras me hacía señas para que me sentara.

—¿Andrómeda? —pregunté.

—Está con una amiga… una amiga de diecisiete años.

Sonreí brevemente al saber que esa niña podría ser amiga de quién quisiera.

Oliver se ubicó a mi lado, poniéndome nerviosa. Miré hacia las personas para no tener que mirarlo al rostro de lo nerviosa que estaba, quizás incluso en algún momento comenzaría a transpirar.

—Quiero pedirte disculpas —escuché que dijo, y me pareció muy maleducado y además un pecado no verlo, así que lo miré—, no quiero que se me haga costumbre pedirte disculpas por estar cometiendo idioteces cada vez, pero sé que voy a fallar mil veces y sé que todas esas veces me voy a disculpar, porque realmente eres importante para mí.

El corazón se me puso chiquitico.

—No quiero estar mal contigo —confesé—. Sé que debí decírtelo, pero realmente no sabía si…

—No tienes que explicarme nada —me interrumpió—, yo entiendo.

—¿Estamos bien? —pregunté.

—Vine aquí por una respuesta —pronunció sonriendo.

—¿Todavía quieres que sea?

—¿Quiero que seas qué?

Me mordí el labio inferior, avergonzada, y miré hacia arriba.

—¿Todavía quieres que sea tu novia? —murmuré entre dientes, pero claramente se escuchaba.

—Me encantaría —aceptó.

Lo miré y él ya me estaba mirando atentamente, serio, solo esperando mi respuesta y al mirarlo supe que sea cual sea, él siempre estaría para mí, al igual que yo siempre estaría para él.

—Vale, acepto —murmuré, sintiendo mis mejillas calientes.

Él sonrió y cerró la distancia entre nosotros para darme un beso fuerte y largo. Tomó mis labios, e intercalando, chupó ambos, hasta abrirlos y meter su lengua en mi boca, acariciándolas entre sí.
Sentí su mano en la cara interna de mis muslos y al vernos en un lugar público me separé, deteniendo el beso.

—¿Qué haces? —pregunté agitada, viendo hacia los lados.

Su mano subió un poquito más, hasta casi rozar mis bragas.

—Otra vez sin short, Laura —reprochó, viendo hacia el frente como yo, pero sin alejar su mano—. Quiero hacer algo.

—¿El qué? —inquirí nerviosa.

Oliver se acercó y ubicó su rostro en mi cuello, rozando sus labios en el lóbulo de mi oreja.

—Quiero saber cuánto puedes mojarte solo escuchando —murmuró bajito. Mi rostro se puso rojo, pero no pude moverme ya que su mano se empezó a deslizar de arriba hacia abajo—. ¿Sabes qué me gustaría?

—¿Qué?

—Me gustaría que no tuvieras ropa interior y poder acariciar tus labios justo así como estoy acariciando tu pierna… hasta llegar al punto de que estés tan mojada, que mis dedos se deslicen solos dentro de ti.

Contraje mi sexo y me puse derecha en el asiento al sentir la necesidad de aplacar mi excitación. Oliver seguía acariciando mi pierna mientras yo estaba empezando a sudar frío.

—Podríamos ir…

Hizo un sonido para que guardara silencio, causando que su aliento chocara en mi oreja y me erizara la nuca.

—Quiero ver hasta donde llegas, Laura —dijo, besando mi lóbulo—. ¿Sabías que cuando hablaba contigo fantaseaba con la idea de tenerte en mi cama, gimiendo mi nombre?

—Oliver —susurré. Empecé a sentir los ojos dilatados y la boca seca.

—Quería poder verte a los ojos mientras entraba en ti… que grites mientras yo intento llegar más profundo —siguió murmurando—. Quería verte de piernas abiertas, húmeda y dispuesta solo para mí… con los pezones erectos, los labios rojos y los ojos dilatados. También quería tenerte de rodillas ante mí, porque adivina… desarrollé una fantasía nueva contigo.

—¿Cuál? —mi voz había salido extraña y mis piernas ya dolían de lo tensa que estaban.

—Tú disfrazada de alguna reina medieval y yo disfrazado de plebeyo… quería que te arrodillaras frente a mí y poder decir “la reina arrodillada ante el plebeyo” pero… lo que más me excitaba era la idea de poder sentir tus labios húmedos y tibios rodeando mi polla, deslizándose de arriba abajo mientras yo tomaba tu cabello y te miraba —soltó un suspiro pesado—. Me tienes loquísimo y quiero hacerte de todo, lo que quieras, quiero hacerte lo que quieras, cumplirte todas las fantasías, descubrir tus fetiches más sucios, besarte, lamerte, morderte, cogerte…

Contuve un jadeo cuando mis paredes vaginales se contrajeron, subiendo la presión hasta mi vientre, haciéndome sentir el orgasmo más suave y delicioso que había sentido en mi vida.
Me giré hacia Oliver y lo abracé, enterrando mi cara en su cuello y aún sintiendo su mano en mi muslo. No lo detuve cuando subió y apartó mis bragas para introducir un dedo dentro de mí, en ese momento ambos nos dimos cuenta de lo húmeda que estaba, eso hizo que me avergonzara aún más y que no quisiera sacar mi rostro de su cuello.

—Oliver —me quejé, cuando no sacó su dedo sino que siguió metiéndolo.

Luego de un momento salió y me acomodó la ropa interior. Sentí su brazo moverse y de reojo vi como chupaba mi humedad para luego limpiar su dedo con la servilleta.

Sentía que este hombre iba a ser mi fin.

Alzó mi rostro y me besó suavemente, en medio del beso sonrió y mordió mi labio inferior.

—Siento lo caliente de tus mejillas en mi rostro —se burló.

—Ya —me quejé.

El volvió a besarme y yo estaba como qué: Pa’lante con el desorden. Así que me acerqué más, pero pegué un brinquito cuando sentí su mano en uno de mis senos, palpándolo.

—¿Qué haces? —susurré.

Sonrió en mis labios.

—Estoy manoseando a mi novia.

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