Doce

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Luego de repartirnos las fotos, buscar un sitio dónde comer y pedir allí cuatro hamburguesas, dos para señor sexo, una para mí  y ¡Una! Para Andrómeda (yo a su edad me comía un cuarto y pasaba todo el día vomitando), varios vasos de refresco, nos sentamos en una mesa para cuatro personas al aire libre y comimos tranquilos, o hice el intento de comer, en mi caso.

—¿Y dónde vives? —preguntó Andrómeda, que luego de que su padre le explicara lo esencial de las personas diabéticas (una muy buena explicación), no había parado de hacer preguntas.

—En Santa Lucía y ¿Tú?

—¡También vivimos allí! —ella miró a su padre emocionada— Eso significa que puedes ir a mi casa a ver My little pony conmigo.

Estaba dividiendo la cebolla de la hamburguesa cuando la escuché.

—¿My little pony? —pregunté alzando la vista y fijándola en ella. Si fuésemos algún programa animado de seguro mis ojos estarían brillando. Andrómeda asintió— ¡A mí me encanta My little pony! ¿Viste lo genial que se ven como humanas?

—¡Sí! Yo se lo dije a mi papi —miró a su papá, que sonreía divertido con la situación— ¿Verdad, papi?

—Sí, cariño.

—¿Cuál otra te gusta? —pregunté a ver si decía otra que me gustara.

—Me gustan Los jóvenes Titanes en acción, pero mi papi no me deja verlo sola porque dice que Robín es muy mal hablado.

Yo asentí.

—Sí, pero es muy genial.

—Salvo por… —intentó decir Oliver.

—Estamos hablando los adultos —lo interrumpí. Fijé la vista en Andrómeda y la miré con duda—. ¿Te gusta Escandalosos?

Tenía cinco años, pero cabía la posibilidad de que…

—¡A mi papi le encantan!

Ah, caray… yo iba buscando uno y me llevé dos.

—¿De verdad? —pregunté mirándolo fijamente. Él asintió.

—Son geniales —murmuró llevando la hamburguesa a su boca… a su besable boca.

—Sí —murmuré, apartando la mirada, no podía ser tan obvia.

Todos seguimos comiendo en medio de la incesante conversación de Andrómeda acerca de todo y nada a la vez. Ella tenía razón cuando dijo que a ambos les gustaba comer, porque ella y su padre se habían comido su hamburguesa como si nunca hubiesen comido.

—¿A ti te gusta mi papi, verdad?

Estaba pasando el último mordisco de hamburguesa cuando la pregunta de Andrómeda rompió el silencio.

Yo pensé que esas cosas no pasaban en la realidad, pensé que las protagonistas de libros exageraban o inventaban, pero cuando el trozo de pan se atoró en mi garganta debido a la bocanada irregular de aire que tomé, me di cuenta de que nadie exageraba, de que era posible, y de que me estaba pasando. ¡Me iba a morir ahogada!

De forma vergonzosa la poca comida que había en mi boca salió disparada, gracias a Dios, hacia el piso, puesto que me había inclinado para poder toser con gusto. La garganta me ardía y los ojos me comenzaron a llorar, al igual que la nariz (no me pregunten cómo, si has pasado por eso entenderás).

—¿Tienes comida en la boca? —preguntó Oliver cerca de mí. Negué, ya la había echado en el piso— Vale, entonces ponte de pie, vamos.

Hice lo que me decía sin poder dejar de toser. Ni siquiera podía saber si alguien me estaba viendo pasar semejante vergüenza, ¡Que me estaba muriendo, caramba!

Empecé a toser más fuerte cuando las fuertes y grandes manos de Oliver se posaron bajo mis brazos y apretaron para ayudarme a subirlas.

—Respira conmigo ¿Bien?

Sentí su respiración en mi nuca, y me obligué a respirar de acuerdo a como él me indicaba, mientras subía y bajaba mis brazos de forma lenta.
Cuando dejé de toser varios segundos después, me soltó y colocó una de sus manos en mi espalda, acariciando lentamente mientras me miraba. Aún no podía respirar bien, pero ya no estaba tosiendo.

—Estoy bien —susurré.

Él sonrió y yo solo pensé «he pasado vergüenza delante de semejante hombre».

—Estás bien —asintió.

—¿No sabes comer, Laura? —la voz chillona de Andrómeda me hizo mirarla.

Ya no me estaba pareciendo tan adorable la niña, pero no era su culpa.

—Al parecer tampoco eso sé —contesté divertida. Ella sonrió.

—Mi papá te puede enseñar, ¿Verdad, papi?

Oliver me miró.

—Sí, puedo.

«Ah, caray».

Luego de esa sugerente conversación, visitamos varias atracciones. Señor sexo y yo no pudimos hablar mucho porque la energía de Andrómeda nos hacía caminar de un lado para otro sin tener oportunidad de parar a conversar, y cuando lo hacíamos, Andrómeda decía: Es hora de jugar no de hablar. Y yo, como pensaba ser la mejor madrastra, le seguía: Es verdad, mejor juguemos.

Que sí, que parecía boba, pero estaba tan nerviosa que era la mejor salida que encontraba. Aunque, cuando se hicieron las seis y media y ya nos teníamos que ir, Andrómeda se subió al auto y señor sexo se quedó afuera conmigo.

—Es mejor que te vengas con nosotros, tomar el transporte público cuando puedes ir cómoda en el auto es un desperdicio —creo que intentó bromear, vamos, el nerviosismo no me dejaba concentrarme—… ¿Vendrás?

—¿Me estás pidiendo que te de voluntariamente la oportunidad para secuestrarme? —eso fue lo que salió de mis labios, y no me juzguen, que cuando uno anda en plan “dame con todo” se le va la lucidez de los pensamientos.

Una pequeña sonrisa asomó en sus labios.

—No, te estoy pidiendo que me des voluntariamente la oportunidad de cuidarte.

Sonreí mientras mordía mi labio inferior para no chillar como adolescente enculada.

—Eso suena seguro y nada a un futuro secuestro —miré hacia el cielo como si sopesara la respuesta—, funciona para mí.

Me encaminé hasta el auto para sentarme en el puesto del copiloto, pero Oliver me tomó del brazo.

Lo miré.

—¿Te gustaría salir conmigo? —preguntó y luego aclaró:— A solas, cualquier día de este fin de semana.

—¿Y Andrómeda? —fue lo que pregunté.

—Los fines de semana se queda con mi mamá —informó.

—De acuerdo —acepté rápidamente—, está bien. Perfecto.

Sonreí y él sonrió. Y así pasamos el resto del camino, sin poder hablar porque Andrómeda se había dormido en el asiento trasero, pero diciéndonos todo con la mirada.

***

Próximo capítulo: Narra Señor sexo.

¡Viva! ¡Viva!

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