Treinta y tres

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Narra Laura.

Verlo había sido como caer en picada desde una colina muy alta. Sentí que estaba cayendo sin saber cuál era el final; me tuve que sostener de Lucero para no doblarme sobre mi misma y jadear.
Tenía sentimientos contradictorios invadiéndome en ese momento; desde el punto de vista de los chicos a mi alrededor, ellos eran los malos, desalmados, quizás los villanos de alguna película recién estrenada, pero desde mi punto de vista, independiente de todo lo demás que sentía, ellos eran mi familia... más bien, la familia que pude haber tenido. Ellos estaban ahí, yo simplemente podía ir y sacarme todo lo que estaba sintiendo en ese momento, pero solo me sostuve más fuerte de Lucero.
Quizás mi mamá tenía razón y él no me quería, quizás si me acercaba terminaría siendo humillada y lastimada, yo no quería eso.

Enfoqué todos mis sentimientos en un solo lado de la balanza, por eso, cuando Susana dijo:

—Por fin la niña conoció a sus abuelos.

Con su sonrisa de “no he hecho nada malo”. Yo simplemente avancé, sentí las uñas de Lu clavarse en mi antebrazo, pero me solté y llegué hasta Susana, solamente para alzar mi brazo y voltearle la cara de una cachetada.

—¡¿Pero qué…?!

No la dejé terminar de hablar porque me acerqué hasta ella y con la nariz moviéndose extrañamente por mi respiración, susurré:

—Eres una maldita perra —ella me miró, sin decir nada al igual que todos—, su sangre me está hirviendo en las venas queriendo salirse, aléjate de Andrómeda, Susana, me vale tres hectáreas de mierda si eres su madre o no, no te quiero cerca de ellos.

Ella me miró con reconocimiento, sabiendo a lo que me refería con querer sacarme su sangre de mis venas, y en ese momento supe que ella lo supo todo este tiempo. Los únicos que habían escuchado lo que dije fueron ella y su padre, que era el que estaba más cerca, cuando lo miré, él estaba mirando hacia el frente, sin intenciones de voltearse.

Susana me miró con la cara roja, y al ver que no tendría la ayuda de nadie, abrió la puerta del auto y varios segundos después todos se fueron.

La brisa estaba fría y ya estaba sintiendo mis hombros temblar, mi mano arder y mis ojos cristalizarse.

—Aquí no, perra, aquí no —Lucero me pasó un brazo por los hombros y me jaló hacia ella—. Están esos machos todo preciosos ahí y te vas a poner a llorar, que va. ¿Ya viste a la pelirroja? Mamacita divina, esa mujer está preciosa ¿A qué sí?

Asentí y la miré sonriendo, sabiendo que su habladuría era para que me tranquilizara. Sabía que si algún día me tropezaba en la vida, no me caería, porque allí estaba Lucero para aguantarme.

Mi soporte.

Recuerdo que muchas veces nos dijeron que nuestra dependencia era mala, que íbamos a terminar con severos problemas, que debíamos hacer nuestras vidas, pero independientemente de lo que hayan dicho, nosotras estábamos haciendo nuestras vidas, juntas.

Y si una persona tiene aunque sea dos dependencias emocionales en la vida, una de ellas quería que fuera Lucero, no me importaba.

—Vamos adentro…

Nos giramos al escuchar la voz de Sebas. Cuando miré a Oliver él ya me estaba mirando, no me sonrió y yo a él tampoco, solo nos miramos, sabiendo que había demasiada tensión (y no buena) para fingir que todo estaba bien.

Los hermanos Bustamante pasaron casi una hora hablando por Skype con su abogado. Kennedy y Lucero habían estado discutiendo acerca de un tema que yo no entendí, pero que a ambos se les veía las ganas de ser el ganador de aquella diatriba.
Yo me quedé con Andrómeda en su cuarto, mientras que Ana, la asistente personal de Marcos, preparaba café y algo de cena para todos.

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