Veinticinco

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Recomendación musical: Feel it —Michele Marrone.

Narra Laura.

Todas las mierdas se me estaban acumulando. El hormigueo estaba en mi pecho, en mi cabeza, en mi cuerpo, en mis dedos, mis labios.
A pesar de que en la adolescencia me costó mucho adaptarme, nunca en mi vida había desarrollado algún problema psicológico o un trastorno mental. Simplemente fue la adolescencia.
Pero ahora, justo ahora, cuando me sentía en una nube infinita, podía apostar a que estaba a segundos de sufrir un ataque de ansiedad.

Hasta la jodida garganta la sentía dormida.

Por eso, cuando Oliver me metió en una habitación que podía considerarse una oficina, con todos esos cuadros bien puestos, con ese escritorio de madera oscura, con su respectiva silla de cuero negro y aquel olor a hojas tan increíble, ni siquiera puse algún tipo de objeción.
Y sí, claro que escuché el sonido del pestillo siendo puesto. Y claro que escuché sus pasos acercándose a mí, pero yo simplemente no procesé nada de eso hasta que mi cuerpo involuntariamente se giró y mis ojos captaron sus pasos rápidos y feroces acercándose como depredador.

Mis labios se entreabrieron por la sorpresa cuando sus manos fuertes, con dedos largos, se apoderaron de mis caderas y me alzaron para estamparme en el escritorio detrás de mí. Por inercia llevé mis manos hasta ponerlas unos centímetros hacia atrás, sosteniéndome de ellas y a la vez alejándome del hombre salvaje que tenía en frente.

Solté un jadeo cuando mi entrepierna, en lugar de dolerme por haber sido golpeada con la madera, envió espasmos de excitación por toda su expansión, centrándose allí y más arriba, en mi vientre.
Otro jadeo un poco más fuerte salió de mis labios cuando las manos de Oliver me jalaron hasta la orilla del escritorio, hasta que los puntos correctos de nuestra anatomía se presionaron adecuadamente.

Joder.

Ni siquiera podía moverme, pero no hizo falta, porque uno de sus brazos subió hasta mi cintura y la rodeó, haciendo que su pecho impactara con el mío. Él estaba siendo tan brusco. Y yo estaba tan excitada.

¿Qué mierdas estaba diciendo yo antes? Lo retiro ¿De acuerdo? Lo que sea que haya pensado.

Porque ahora solo había esto. Este momento. Solo estaba su brazo en mi cintura, sus ojos brillantes y feroces en los míos, sus labios entreabiertos, su otra mano ascendiendo lentamente por mi brazo hasta llegar a mí nuca, su entrepierna presionando la mía, su pecho rozando el mío, y las malditas pulsaciones que se producían en todo mi cuerpo.

—Pareces muy distraída, vomitona —susurró cerca de mi labios. Dios mío, sentía las caricias que me daba su respiración—. Creo que debemos trabajar en ello.

—Yo…

Abrí los labios en un jadeo y cerré los ojos de placer cuando la mano que tenía en mi nuca, tomó en puños mi cabello y apretó fuertemente para jalarme hacia él. Para llevar mis labios hacia los suyos.

Jó-de-me.

No hubo preámbulo cuando sus labios tomaron mi labio inferior y lo chuparon con anhelo, ni tampoco cuando sus dientes hicieron aparición y se deslizaron lentamente de adentro hacia fuera para luego abrir su boca un poco más y abarcar parte de mi barbilla. Sus labios se sentían húmedos y suaves. Y estaban fríos. Y se sentía muy bien.
Decidí salir de trance cuando tuve la necesidad imperiosa de besarlo, cuando ya no soporté más el control que estaba teniendo sobre mí cuando yo también podía tenerlo sobre él. Despegué mis manos del escritorio y las coloqué sobre sus hombros duros y anchos, luego, para acercarlo más, deslicé mi mano por sus espalda y lo jalé hacia mí.
Pude sentir el momento exacto en el que inhaló en busca de aire.

¿Qué pasa, Batman? ¿Sorprendido?

Vamos, que yo no era una experta, pero tenía ganas. Y una con ganas puede hacer lo que sea.

Él quería el control. Lo anhelaba. Lo supe cuando la mano que sujetaba en puños mi cabello se tensó un poco más y jaló para manejarme a su antojo. Por supuesto no lo iba a permitir, a mí nadie me dominaba. Bueno, a partir de hoy no, pues.

Subí la mano que estaba en su espalda y la ubiqué en su nuca, clavando levemente mis uñas en esa área le hice saber que yo también podía y quería. Al mismo tiempo giré el rostro y tomé su labio inferior entre los míos. Luego el inferior. Mordidas. Roces. Suspiros. Jadeos. Pero todo esto era un jueguito, un preámbulo, porque lo realmente bueno y excitante comenzó cuando la mano en mi cabello me soltó para tomar de inmediato mi quijada.
No sabía a qué se debía el movimiento, no hasta que sentí el agarre fuerte, casi doloroso, que me obligó a abrir los labios justo y precisamente a su antojo. Ni siquiera me quejé, ni siquiera intenté detenerme, mucho menos cuando a eso le siguió el… maldito… roce… de… nuestras… lenguas.

Esto estaba mucho más allá de mis experiencias, de mi capacidad mental disponible en situaciones de carácter sexual o parecidas.

Joder, ni siquiera sabía dónde estaba mi cerebro. Parecía que mi cuerpo había adquirido el lugar de mente.

—Oliver —jadeé en el pequeño espacio que me había dejado solo para deslizar su lengua por mi labio inferior.

De nuevo el roce.

Y roces, y roces, y roces. Hasta que ya no pude más y simplemente estiré mi lengua y la acaricié con la suya. Luego sus labios presionados sobre los míos y su lengua dentro de mi boca.

Su mano en mi quijada estaba controlando cada movimiento de mi rostro, pero por ahora podía dejar que él dominara la situación. Solo por un segundo.

Ese momento estaba tan lleno de conexión que cuando tome la decisión de alzar una de mis piernas y rodearlo con ella, ya su pierna estaba alzándose también para colocar la rodilla en el escritorio, entrelazándonos de manera deliciosa.

No sabía que tenía tendencias sumisas hasta que la mano en mi quijada se deslizó con lentitud hasta mi cuello y allí apretó suave, pero con confianza, como si supiera justamente cómo, cuando, por qué y para qué.

Pero obviamente que lo sabía.

Él era señor sexo.

Y esa sola idea, ese pensamiento, fue lo que hizo que mente volviera a cuerpo y que cuerpo volviera a su temperatura normal.

Con todas mis fuerzas empujé a Oliver lejos de mí, pero claro, yo era lo suficiente estúpida para soltarlo de mis brazos, pero no de mi pierna, porque no había conectado bien aún.

Pero un segundo después, conecté. Y logré alejarlo varios centímetros de mí.

Él era un pecado. Su rostro confundido, sus labios rojos y húmedos, su aliento agitado y sus manos arriba en señal de rendición, como si hubiese estado haciendo algo malo y lo agarraron con las manos en la masa.

—Yo no…

Vale, ¿Cómo era que se respiraba? Porque te aseguro que el trabajo de respirar lo estábamos haciendo ambos, ahora no sabía cómo se hacía sola.

—¿Qué pasa?

Dios mío ¿Cómo le digo?

Que vergüenza tan hija de puta.

—Yo no..  es que yo —boté aire frustrada—… yo no sé… esto…

—¿No sabes…? —me ayudó.

—Besar —susurré.

—¿Qué?

Carajo ¿Qué tan humillante sería decirle a un experto en sexo, que no sabías besar?

«Muy humillante».

Tú cállate conciencia, no me ayudas en nada.

—¡No sé besar! —chillé-susurré.

—¿Qué..?

—¡Oli! —la voz de Susana lo interrumpió.

Ambos nos quedamos callado.

Doble carajo. ¡Me estaba besando al ex de mi hermana!

Ay no, Diosito, perdóname.

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Muchas gracias por su apoyo en esta historia. Besos.

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