Treinta y nueve

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Narra Oliver.

—Susana en mi hermana.

Alcé la comisura de mis labios y reí flojo.

—Que graciosa —me burlé. Ella me miró seria y negó lentamente.

—No estoy bromeando —susurró.

La miré por varios minutos hasta darme cuenta de que decía la verdad.

Entonces desconecté completamente.

Mi mente estaba en el recuerdo de la primera vez que vi a Susana. Estaba en la cafetería con algunos compañeros y ella entró junto a un grupo de chicas, igual de hermosas, pero ella fue la que acaparó toda mi atención. Tenía una camisa blanca y un pantalón rosado, caminando lentamente con esos tacones tan altos que no sabías si en algún momento caería.
La primera idea que tuve fue: ella rodeándome con esos tacones, enterrándolos en mis muslos mientras yo me movía sobre su cuerpo. Luego, mientras se acercó un poco más, pude ver sus uñas, entonces las imaginé enterradas en mi espalda, agregándole algo más a las fantasías que estaba teniendo allí, justo en ese momento y justo en aquella primera impresión.
Y así pasó con cada parte de su existencia mientras más la detallaba, y en ese momento decidí que la quería para mí.
Al ser tan sociable desde pequeño, solo las llamé y las invité a que se sentaran con nosotros a comer algo, ellas aceptaron, mis amigos me agradecieron y allí pude conocer a Susana.
Luego nos hicimos novios, y todo eran tan simple con ella que quise quedarme allí para siempre. Solo bastaba con dejarle saber qué venía luego de algo, no ocultarle nada y así, sin más, teníamos la relación perfecta. Porque Susana no podía estar sin saber algo, sin tener el control, se perturbaba y sus estados de ánimo variaban demasiado, así que simplemente nunca le mentí y siempre le decía mis planes.
Por esa parte todo era sencillo, sí, pero lo mejor de todo era su cuerpo y su rostro, tan hermosa que a veces me costaba creer que era mía.

Mi mente viajó a otro recuerdo: la primera vez que escuché a Laura. Mi atracción era tan simple de explicar como la razón por la que escogiste a quien sería tu cantante favorito, porque fue exactamente así. Su voz se convirtió en mi sonido favorito cuando toda mi piel se erizó al escucharla decir “Ah, pues yo… Soy Laura, mi amiga Lu me dio su número y…”
Juro que sentí mi corazón latir sin control en mi pecho, creí que quizás me estaba sintiendo mal, e incluso me levanté y tomé un vaso de agua mientras intentaba conversar con ella de forma medianamente normal. Quise colgarle de inmediato al experimentar tal sensación de frenesí, sentía que todo mi cuerpo y mente iban demasiado rápido para mí. Pero le seguí hablando, y le hablé y le hablé, queriendo obtener respuestas de su parte, largas, quizás que me leyera la biblia entera en una noche o toda la vida, pero que no se detuviera, que siguiera hablando como si la hubiese puesto en “bucle.”

Supe que me había enamorado de sus sonidos cuando no podía dejar de pensar en su risa, en su manera de pronunciar las palabras casi como si le costara unir A y E, cuando la imaginé gimiendo en mi oído y riendo en mi boca. Su voz me pareció lo más dulce y sexy que pude escuchar en mi vida, y yo simplemente estaba sintiendo siempre lo que sentía un fanático al escuchar a su cantante u orquesta favorito. Y me era imposible evitarlo.

Quizás por eso no me había dado cuenta de su parecido con Susana, porque yo podría ser ciego en otra vida, pero incluso así, Laura seguiría encantándome, porque a pesar de ser consiente de lo hermosa que es, nunca, ni un solo segundo, me basé en su físico para definirla como perfecta.

—¿Podrías explicarte? —pedí suavemente, dejando de mirarla, porque no quería mirar aquello que sabía estaba ahí.

—Creo —murmuró bajando los pies del mueble y sentándose correctamente—… bueno, verás, mi mamá se acostó con un hombre casado y me tuvo, y… resulta que ese hombre tenía dos hijos, que son Susana e Ignacio… yo… yo supe de ellos cuando tenía diecisiete años quizás, pero creí que ellos no sabían de mí, hasta que hoy me enteré de que sí pues, sí sabían de mí y…

—¿Hoy? —la detuve.

—Sí, hoy me escribió el hermano de Susana y hablamos por llamada, me estaba explicando algunas cosas —me recosté del espaldar del mueble y solté el aire contenido—… yo no te quería decir nada porque… no sabía si Susana lo sabía, tampoco cómo lo tomarías y tenía miedo….

—Entonces Susana lo sabía —murmuré, me sentía dolido y traicionado de alguna manera.

—Al parecer…

Podía sentir cómo se iba arrepintiendo poco a poco de la confesión.

—Y tú lo sabes desde los diecisiete —seguí murmurando.

—Por ahí…

—Entonces son hermanas…

—Sí… bueno, fue lo que dijo mi mamá y lo que me confirmó Ignacio…

—El hermano de Susana… y tuyo.

—Ese…

Ella se quedó en silencio y yo también, porque no sabía cómo reaccionar ni qué decir.

Asentí varias veces.

—No tengas miedo —fue lo que dije, pensando que quizás era lo que quería escuchar.

Fui consiente de lo hijo de puta que estaba siendo cuando me levanté y caminé hacia la puerta, sintiendo a Laura seguirme, pero aún así no me detuve hasta salir del apartamento.

—Andrómeda… ella… la dejé con la vecina y no puedo llegar tan tarde —no era mentira, pero podría haberme quedado a hablar con ella aunque sea un momento más—. Quizás podamos reunirnos luego… a hablar y eso.

Ni siquiera pude mirarla.

—No te preocupes.

No necesitaba mirarla para saber que estaba a punto de llorar.

Quizás debí quedarme… no, debí quedarme, pero en su lugar me di la vuelta y salí de allí, sin poder enfrentar lo que estaba pasando.







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