Cuarenta y cuatro

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Narra Laura.

—¿A dónde vamos? —pregunté, mientras salíamos del restaurante, las calles estaban vacías en esta zona, a excepción de los autos de los clientes en el local.

Estaba haciendo frío, pero yo sentía aún más frío por lo nerviosa que estaba. ¿Cómo me comportaba ahora? ¿Podría tomarle la mano sin preguntar? Eso hacían los novios y él era Oliver, claro que podría; incluso podría besarlo ahora mismo sin pedir permiso. La sola idea me hizo aguantar una sonrisa que quería salir, estaba feliz, me sentía demasiado feliz.

—Estaba pensando que —me miró—... podríamos ir a mi casa.

Dios mío, la idea me fascinaba, pero ni siquiera le había avisado a Lucero, Andrómeda quizás se podría sentir agobiada, era demasiado pronto para...

Sentí la mano de Oliver sujetar la mía y sus dedos tibios calentaron los míos. Su agarre era fuerte, pero a la vez delicado, como si supiera exactamente cómo sujetarme, la verdad yo quería apretar su mano y chillar durísimo mientras bailaba por toda la calle. Era demasiada felicidad para mi pobre corazón, los latidos harían que se me reventara el pecho.

—¿Y Andrómeda? ¿Crees que...?

—No está —interrumpió—, hoy Kumiko la pidió para ella sola.

Me parecía que Kumiko era su ¿Secretaria? Pero no estaba segura.

—Ah, ¿Y Kumiko es...?

Dejé la pregunta al aire para no sonar tan imbécil, aunque seguramente hasta parecía.

—Creo que te la mencioné... es la chica que trabaja conmigo —balanceó nuestras manos—. Me da gracia que su mejor amiga sea una niña de cinco años, pero ¿Quién soy yo para decirle que no?

Sonreí y asentí, ya había ubicado a Kumiko. Me sentí muy estúpida por no haberla recordado.

—¿Entonces vamos a tu casa para qué? —pregunté, viendo hacia el frente.

Oliver se paró junto a su auto y, haciéndome parar a mí también, sacó sus llaves del bolsillo. Aún tenía mi mano aferrada a la de él así que fue fácil jalarme y pagarme a su pecho. Su nariz rozó con la mía y una sonrisa maliciosa se formó en sus labios.

—¿Cómo que a qué? —su aliento hizo cosquillas en mis labios secos y fríos— ¿Acaso no quieres pasar tiempo con tu novio?

El corazón se me puso aún más rápido de lo que estaba. Sentía que él podía sentirlo en el suyo también, aunque yo no podía sentirlo.

—Siento que me va a dar un infarto —susurré con una sonrisa, negando débilmente—, no digas cosas así.

Él cerró el espacio entre nosotros y me besó, solo presionando.

—¿Cómo así? —susurró, presionando nuestros labios nuevamente— No estoy diciendo nada.

No respondí y en su lugar abrí mis labios y tomé su labio inferior entre ellos, lo sentía perfectamente entre los míos, llenos y suaves. Oliver bajó una de sus manos y la ubicó en mi cadera, podía sentir la llave aún en sus dedos; la mano que sostenía la mía, la subió al ritmo de nuestro beso hasta dejarla ubicada entre nosotros.
Él solo sonreía y cada vez que sentía su comisura elevarse me daban ganas de consumirlo entero, no me era suficiente. No sabía porqué, pero tenía la sensación de querer más y más de él, pero entonces lo tenía justo frente a mí, con sus labios sobre los míos, con sus manos en mi cuerpo y aún así, fuera de todo lo físico y aún sabiendo que ya era mi novio, quería mucho más de él. Y quizás era enfermizo, joder que no lo sabía, pero no podía evitarlo porque era una sensación que se había instalado en mi pecho luego de sentir la satisfacción de ser su novia.

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