Diecisiete

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—¡Lucero! —gritó Sebas.

—¡Sebastián! —le siguió Lu y ambos se echaron a reír, pero a mí no me dio risa.

Me bajé del taburete y extendí mis brazos para abrazar a Andrómeda. La niña dio un brinquito y me abrazó por el cuello.

—Hueles a alcohol —señaló.

—Sí, es que me estaba curando el corazón —le expliqué.

—¿Qué tiene tu corazón?

—Se me rompió —susurré apenada.

Ella abrió la boca en sorpresa.

—¿Y ya lo arreglaste? —negué— ¡Mi papi es doctor! Él puede turarte.

—Curarte, bonita —le corrigió Sebas.

—Sí, sí, papi puede curarte —asintió entusiasmada—. Cuando venga le decimos ¿Verdad, tío Sebas?

—Sí, señor sexo cura todo —respondió Sebas sorprendiéndome.

—¿Lo sabías?

—¿El qué? —se desentendió.

—Cuando Lu empezó a gritar pensando que eras el señor sexo, ¿Sabías de quién estábamos hablando?

—Creo que hay un solo señor sexo en santa Lucía —se encogió de hombros—, pero yo no iba a decir nada, si mi hermano te había hecho algo, la paliza debía ser para él, no para mí.

—Tu hermano…

Murmuramos Lucero y yo al mismo tiempo.

Senté a Andrómeda en un taburete y me quedé de pies a su lado.

—¿Mi papi te hizo algo? —preguntó la niña con los ojos muy abiertos.

—No, cariño, no hizo nada.

No pensaba decirle a su hija: Tu papi me dejó plantada y no se dignó en enviarme un mensaje.

Traté de excusarlo, pero ahí estaba Andrómeda, sin síntomas de enfermedad y feliz.

¿Entonces dónde estaba señor sexo?

—¿Y tu papá? —pregunté.

—No lo sé —murmuró poniéndose triste—, yo me iba a quedar con la abuela Olivia, pero papi llamó y dijo que teníamos visitas y que tenía que regresar a casa.

—Visitas…

Murmuramos mi amiga y yo al unísono.

—¿Ustedes son de por aquí? —preguntó Sebas haciendo conversación y cambiando el tema.

—Sí —susurró Lucero.

—Tu novia es un poco amargada, ¿No? —murmuré con una mueca de disgusto.

Sebas subió la mano a su cabeza y se la rascó nervioso.

—Más o menos, pero es buena persona —la excusó.

—A mi no me agrada —me susurró Andrómeda al oído. Yo me reí como niña chiquita haciendo travesuras.

—A mí menos —susurré en respuesta.

—Hola cuñado —la voz de Escarlett se escuchó por el pasillo que daba a la cocina y luego varios pasos que se acercaban—, estaba…

—Mira Escarlett, no me dirijas la palabra ¿Vale? Mi hija me contó lo que te escuchó decirle a tus amigas —la voz de Oliver la podría reconocer en cualquier lugar y momento—, mi hermano te podrá comprar esa cara de niña fina, pero a mí me caes mal sin haberte conocido y no tengo porqué tolerarte.

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