Treinta y cinco

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Cerré la puerta del apartamento y me giré abruptamente, como cuando vas a atrapar a alguien.

—¡Ajá! —Lucero me miró asustada por mi grito— Ahora mismo me vas a contar lo que pasó.

—¿De qué o qué? —murmuró rascándose la nuca y haciendo una mueca de inocencia. Muy falsa, por cierto.

—Pasaron todo el camino sin hablar, estábamos en un incómodo silencio. ¿Por qué?

—Bueno, estúpida ¿Cómo querías que hablara si no me he cepillado los dientes? —se acercó y pegó su nariz de la mía, luego se alejó— Además ¿Cómo pudiste besar a Oliver si no te has lavado la boca, cochina?

—¡Usé enjuague bucal!

—¿Dónde había?

La miré con el ceño fruncido.

—En el baño, obvio —entrecerré los ojos—. No me cambies el tema, dime ahora mismo.

Ella sonrió malignamente y dio varios aplausos.

—Bueno, marica, ya no insistas más —se sentó en el mueble y palmeó a su lado—. Te voy a contar lo más caliente que me ha pasado esta semana.

Me senté a su lado.

—Vale, rápido que tenemos que ir a la U.

Ella se tapó la boca con una mano y chilló, sus ojos se cristalizaron por la emoción.

—Bueno, escucha —respiró profundamente e intentó calmarse—. Me dejaste sola en el cuarto ayer ¿Verdad? Entonces yo dije: a dormir. Pero en eso tocan la puerta y yo ajá, digo: pasen. Cuando pasan, es Sebastián y yo estaba modo: sexo o nada. Así que cuando lo vi, le pregunté: ¿Vas a dormir conmigo? Así toda sensual, y él me pregunta por ti y yo le digo que estás con Oliver, no me mates, pero le dije que ibas a dormir con él.

—Te lo perdono —comenté.

—Bueno, él se sienta en la cama y como yo sé que no iba a hacer nada, me le senté encima y comencé a besarlo. Laura ¡Besa como un experto! Yo estaba prendida, así que nos acomodamos en el medio de la cama y seguimos besándonos. De repente escuchamos que se abre la puerta y Kennedy entra y pregunta: ¿Qué están haciendo? Yo estaba como confundida pues, porque obviamente estábamos dándonos el lote y él entra y pregunta eso. Yo lo ignoré y seguí besando a Sebas, pero entonces siento que me jalan el cabello y al otro segundo tenía a Kennedy besándome.

—¿Lucero…?

La miré con los ojos abiertos y ella me hace señas para que haga silencio.

—Yo estaba caliente, Laura. Imagínate, ese buenorro mal hablado me estaba besando muy rudo; tenía la erección de Sebastián presionándome ahí abajo y ¡Dios! No, no, Dios no, satán —se corrigió—. Entonces Kennedy empieza a moverse mucho y yo entre abrí los ojos para ver qué hacía, y Laura… él está tomando la mano de Sebastián para ponerla en mi seno y la otra mano la puso… ¿A qué no sabes dónde?

—No sé —respondí comiéndome la uña.

—¡Se la puso en la erección!

—¿La de Sebas? —pregunté confundida.

—¡No! En la de él. Cuando Kennedy vio que Sebas no la quitaba, cerró los ojos y siguió besándome, pero yo vi cómo le movía la mano para que lo tocara —ella suspiró—. Luego se separa de mí y me dice: muévete sobre Sebas.

—Ay mierda.

—¡Agh! De solo pensarlo me excito. Yo me moví y todo iba bien, pero entonces me di cuenta de Sebas y él… él estaba muy tenso, entonces yo me dije: estos tienen mucho de qué hablar y no vamos a follar en la casa de mi cuñado.

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