-Dios mío como pesa-dije cuando dejé a Tony junto a Less en la habitación que habían dormido la vez pasada que estuvimos aquí.
-¡Somos las chicas superpoderosas!-gritó Tony haciéndome asustar y lo peor era que seguía dormido.
-Anthony la puta madre-dije llevándome una mano el pecho.
Se acomodó en la cama y le cubrí con las sábanas, deje un beso en su frente y me asegure que estuviese cómodo.
Igual que cuando éramos niños.
Sonreí.
Me aseguré que Less también estuviese cómoda y salí de la habitación.
Suspiré y bajé para ayudar a subir al último que faltaba.
Eidan.
Al llegar al salón noté que entre sus manos tenía una copa de vino.
Al estar en frente de él me agaché a su altura y le quité la copa.
-Es suficiente por hoy-le dije dejando la copa encima de una mesita.
Bufó y se llevó las manos a la cara maldiciendo en vos baja.
-¿Eidan? ¿Estás bien?-pregunté preocupada.
-¿Estar bien? ¿Te parece que estoy bien?-respondió soltando una risa seca.
-No, no parece que estás bien, vamos tienes que descansar.
-No soy un bebé para que me digas lo que tengo que hacer-dijo.
Tratar con Eidan en este estado no va a ser muy fácil.
-Sí que eres un bebé, ahora vamos-le dije.
-No quiero.
Se cruzó de brazos haciendo un tierno pucherito en sus labios.
Suspiré.
-Dale, y prometo contarte un cuentito.
-Annelise ¿Tengo cara de querer un cuento?-preguntó con sarcasmo.
Con Tony siempre funciona.
-Eidan... -volví a agacharme a su altura y agarré sus mejillas delicadamente con mis manos e hice que me mirara fijamente-¿Podrías cooperar, por favor?
Mantuvo mi mirada hasta que asintió y con mi ayuda se levantó.
-Mirá vos Annelise, yo puedo levantarme solo_dijo zafándose de mí.
-Eidan por el amor de Apolo Hidalgo-dije mirándolo.
No tengo sus manos, pero si quieres puedo intentar hacer magia con mis dedos.
Lo miré sorprendida y abrí la boca para decir algo, pero después la volví a cerrar.
-¿Annelise por qué estás sonrojada?-preguntó.
-No estoy sonrojada-dije.
-Sí que lo estás-dijo y se acercó a mí.
Llevó su mano derecha a una de mis mejillas y sonrió.
-¿Ya dije que amo cuando te sonrojas?
Mi vista estaba clavada en cualquier lugar de la sala que no sean sus ojos.
De alguna manera mirarlo a los ojos hace que mi estúpido corazón lata más rápido.
Y créanme no quiero morir por sobredosis de miradas.
-¿Annelise Dayana puedes mirarme?
-No me gusta que me llamen Dayana-le dije mirándolo.
-Lo sé, era la única forma de que me miraras y además a mí me encanta.