39. El Deber de un Rey.

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XXXIX:
El Deber de un Rey.

❝Cariño supone algo demasiado calmado para la forma hambrienta en que me destruyes❞

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Cariño supone algo demasiado calmado para la forma hambrienta en que me destruyes❞.

❝Cariño supone algo demasiado calmado para la forma hambrienta en que me destruyes❞

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ASTRA

Según se dio anuncio, estaban cercando la ciudad para el festejo de esa noche, las distracciones debían extenderse hasta el pueblo, y no era bueno dejar a la ciudad a merced de un ataque.

El rey Aeto Sinester quiso que sus cenizas se esparcieran en su tierra, cumpliendo esas órdenes fue trasladado nuevamente a Valtaria, donde sería velado luego de un carnaval de tres días.
Tiempo suficiente para que pudiera encontrar una oportunidad de entrar a su mente y acceder a los secretos de un rey, que debían ser por demás esclarecedores.
Si existió alguien que conociera los planes de Raelar debía ser él y, si bien ya se los había llevado a la tumba, era mi hora para traerlos de vuelta.

«Hay lugares donde no deberías meterte, chérie».

Las calles estaban alborotadas de máscaras y capas mucho más extravagantes que las que alguna vez usaron los Raguen para esconderse de las persecuciones.
Mientras tanto, el féretro esperaba en el templo por la llegada de los espíritus de su familia, para que ellos lo guiaran a través del desierto helado.

La gente en Valtaria creía que los cementerios encerraban a los muertos y les prohibían del descanso eterno, por lo que una vez hubieran terminados los tres días de carnaval, serían quemados los restos del rey junto a sus ofrendas para permitirle el descanso final.

Si bien los Sinester tenían un pequeño santuario en el palacio, la ceremonia de velación sería llevada a cabo en el templo, donde los plebeyos tendrían acceso a una última despedida a su rey.

Elegí la primera hora del primer día, cuando todavía el cadáver del soberano no había sido trasladado del palacio.
El santuario no era más que un pequeño patio de piedra, custodiado por las estatuas de cinco bestias, con el altar en el medio, donde en ese momento descansaba el finado, en un cajón negro con detalles en oro puro.

Sonata Siniestra©Where stories live. Discover now