36. El Legado del Cuervo.

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XXXVI.
El Legado del Cuervo.

❛No había nacido más que para ser un arma, esperando a ser disparada❜

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❛No había nacido más que para ser un arma, esperando a ser disparada❜.

❛No había nacido más que para ser un arma, esperando a ser disparada❜

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Otro día amanecía gélido en Valtaria

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Otro día amanecía gélido en Valtaria.

Usualmente, era Ela quien me despertaba para comenzar con mis labores, ese día no lo hizo y terminé por levantarme cuando un soldado golpeó a mi puerta, era de la Guardia Roja y me indicó que Raelar ya me esperaba en un carruaje.

Tardé dos horas hasta que estuve lista, con los pantalones de cuero, el chaleco reglamentario sobre mi camisa blanca y las botas altas con broches y la chaqueta larga de la Guardia Delheit.

Pero lo que en realidad me obsequiaba tranquilidad eran las dos dagas guardadas en el interior de cada bota, las tres repartidas en mi muslo izquierdo, la que guardaba en el interior del chaleco y mi preciada, la que siempre llevaba en la muñeca derecha, junto a la marca del pacto con Lysander.

Observé mi reflejo en el espejo de cuerpo entero, recordé los labios de Lysander sobre mi piel y sus ojos negros todavía más oscuros a través del deseo, arrastrándose por mi rostro y escote, permaneciendo conmigo mientras me tocaba con tanta dedicación como cuidado.

«Haría cualquier cosa por ti, Astra, incluso dejarte ir».

El peso del anillo en mi dedo fue agonizante.

Sonata Siniestra©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora