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~BELL ROUX

Deccan se detuvo a nuestro lado.

Si el objetivo de que mostrara una gran sonrisa era resultar encantador podia darlo por hecho. A pesar de que admitirlo en voz alta era la ultima opcion (Despues de la muerte), internamente lo aceptaba.

Era, físicamente, mi tipo —me recordé a mi misma como si esa fuese una buena razón para que me pereciera guapo.

—Hola de nuevo a ti, Luce —tenia las manos escondidas detrás de la espalda —. Bonito vestido. Pareces una de esas florecitas.

Baje la vista a mi vestido azul celeste. Observé el tallo verde y el capullo color crema de la flor que se multiplicaba por toda la tela.

¿Eso era conmigo?

—¿Florecita? —llamó mi atención.

Eso era conmigo.

—¿Florecita? —Lu rió muy bajito.

La observé con desprecio antes de corregir a el castaño confianzudo.

—Bell, me llamo Bell —recalqué —. B-E-L-L.

—Ajá...florecita.

Quería arrancarle la lengua.

Y no iba con doble sentido.

—Voy a buscar algo para beber —Informó Luce antes de irse, prácticamente, corriendo.

El disimulo no era su fuerte.

Miré a Deccan con una ceja alzada.

—¿Qué quieres? —ladré.

—¿Siempre eres así, tan...?

—¿Directa? —Completé por él.

—No, tan agresiva —Corrigió.

Sí.

Casi siempre.

—No —dije en cambio —. Pero es una pregunta interesante viniendo de alguien a quien conozco hace unas horas y no ha dejado de actuar como un idiota. ¿Tu eres así siempre?

Llevó una mano al centro de su pecho abrió levemente la boca como si lo hubiese ofendido.

—Agresiva. 

—Di lo que quieres y ve a pasear para que todos vean tu rostro. No me tortures solo a mi —dije cruzándome de brazos.

—Voy a ignorar lo ultimo que dijiste porque se que soy guapo. Quería preguntarte algo.

—Adelante —Accedí sin pasar por alto que se llamó guapo a sí mismo.

—¿Por qué seguiste mi mentira hace un rato? —Di unos pasos para acercarme a la piscina. Él me siguió.

—¿Mentira? —fingí desconcierto sin mirarlo, con la vista fija en el agua transparente de la alberca y el fondo de cuadros de diferentes tonos de azul —. Nosotros no nos vimos en ninguna florería.

—¿Tienes alguna gemela? —inquirió —. ¿O no quieres admitir que desde que nos vimos en la florería no puedes dejar de pensar en mí?

Se cruzó de brazos el también.

—Tu humildad me asfixia —Apreté mi cuello con una mano haciéndolo reír.

Su presencia era bastante notable en cualquier espacio que se moviera. Percibía que no faltaba quien se detuviese a mirarlo a su paso al menos por un segundo. No existía límites de edad o género entre esas personas.

—Te equivocas, ni siquiera me fije bien en ti.

—Puede que interpretara mal que te quedaras mirándome sin pestañear cuando entré al local.

No lo pensé dos veces. Lo empujé a la piscina provocando un estruendo que llamó la atención de todos los presentes y las salpicaduras de agua no demoraron en llegar a mi vestido. Lo merecía.

Eso me gustaría haber hecho.

Sin embargo, tenia razón. No había otra forma de interpretar la mirada que le había echado nada mas entrar en la florería.

Una voz sonó por todo el lugar pidiendo atención a través del micrófono. Era el señor Orson.

Todos le prestaron su absoluta atención. Incluyéndome, que lo observé con mucha atención agradecida porque me diera la excusa perfecta para quedarme callada sin tener que lanzar a Deccan a la piscina.

—Hoy es un día importante. Celebramos una unión que traerá muchos beneficios —elevó la copa en dirección a alguien. No tuve tiempo de quién le correspondía alzando su copa, pero todos aplaudieron efusivamente —. Sin embargo, también celebramos que mi hija, Luce, se graduó del instituto y, en unos años, será parte oficial de nuestra empresa.

Otra ronda de aplausos se desató.

—Por último, quiero agradecer su presencia, y desearles que el resto de la velada sea grata.

Y lo fue.

El resto de la noche fue bastante divertida.

Antes de que Orson bajara de la tarima yo me había escabullido del lado de Deccan. Bailé junto a Luce y Donatella la mayor parte del tiempo, bebí hasta llegar al punto del delicioso descontrol de mis acciones, y evité a Deccan con éxito durante todo ese tiempo. Incluso pensé que se había marchado, pero me equivocaba.

Al terminar la fiesta me situé en la entrada junto a Luce, el señor Orson y Dona para despedir a cada invitado. Uno por uno. Ignorando mis deseos de lanzarme a la cama reforzados por el alcohol que recorría mis venas y el dolor en las piernas luego de bailar, bailar y bailar.

 Lu no la pasaba mucho mejor.

Por cualquier situación mínimamente divertida entonábamos un coro de risas estúpidas que no tenían para cuando parar. Despedimos a una señora muy alta y delgada con un vestido ajustado color sardina que la hacia ver cómo uno de esos peces. Se alejó caminando como si fuese la personificación de la palabra «superioridad». Me recordó mucho a esas modelos de pasarela, escogidas precisamente para que destaque la pieza que llevan puesta y no ellas. Pero ella se hizo notar de otra forma. Tal vez fue el peso de la mirada de Luce y mía, su forma de andar, o sus piernas apretadas dentro del vestido en complot con sus altísimos zapatos de tacón. No tenia idea. Pero mientras y hacía más amplia la distancia entre nosotras y ella dando grandes zancadas, tropezó.

No tuvo en cuenta que el camino de piedras no era una pasarela y sus zapatos de tacón no encajaban con la grava.

O quizás encajaban demasiado.

Se detuvo un momento para asegurarse de que todo estaba en su sitio antes de seguir su camino sin mirar a su alrededor, mucho menos hacia atrás, de seguro avergonzada. Luce y yo nos volvimos un océano de carcajadas en tanto Orson y Donatella se contenían. Mostrándose claramente divertidos pero lanzándonos miradas que gritaban «Deténganse par de tontas».

Luce no, pero yo lo hice. No porque tomara conciencia, sino porque la familia Martin se detuvo ante nosotros y, por supuesto, ahí estaba Deccan. No quedó en todo mi cuerpo ni un loco impulso por reírme.

—Muy buena recepción Orson. Te felicito —elogió el señor Mike —. Nos vemos pronto.

Un asentimiento por parte de los señores determinó la despedida. Deccan, en cambio, apretó la mano a Orson, besó la de Lu y Dona, antes de llegar a mí. Hizo lo mismo, pero con su otra mano.

Estaba tiesa como momia analizando cada uno de sus movimientos, así que fui la única que lo notó.

No fue hasta que perdí a su familia de vista que me giré un poco y bajé la vista a la mano que él había tomado.

Donde había dejado algo.

Un trozo de papel con un escrito.

Un chico amante a las flores [✓]©Where stories live. Discover now