Capítulo V

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La mañana desbancó a la noche introduciendo sus rayos dorados por la ventana. Esta luz molestosa cayó sobre la cara de un dormido pelinegro quien buscaba con los ojos cerrados el mando que bajaba las persianas de su habitación automáticamente.

Su garganta gruñó dándose la vuelta al no encontrarlo, si no estaba en el colchón debía estar bajo la almohada. Metió la mano allí pero tampoco, ¿dónde se había metido?

Se incorporó a modo zombie deseando seguir durmiendo, mucho tiempo pasó desde que descansó de verdad como ese día. Ninguna pesadilla, solo dulces sueños.

Golpeó la cama con insistencia y quitó las sábanas, ni rastro del maldito chisme. En una de esas veces donde la ira despertaba al igual que su mente, descubrió un hecho inquietante: estaba desnudo.

Alzó la vista dándose cuenta del porqué no aparecía el mando: aquella no era su habitación, ni su cama, ni su casa.

Los recuerdos de la noche se reprodujeron a cámara rápida delante de sus ojos. Tuvo el mejor sexo de su vida con el bartender de aquel local, un chico que no conocía de nada.

Agitó la cabeza acariciando el puente de su nariz y su frente, debía olvidarlo, solo fue por curiosidad. Revisó su cuerpo rápidamente sintiendo su piel pegajosa y un dolor leve abajo. Sin verse, sabía el aspecto que debía lucir.

– Ah. Me cago en la puta.

Se puso de pie dificultosamente, sosteniéndose de donde podía. Sus piernas parecían gelatina derretida por falta de frío y, su agujero, escocía a rabiar.

Caminó al cuarto de baño recuperando el control mecánico de sus extremidades inferiores paulatinamente. Esa habitación también era enorme, con ducha, bañera y lavabo doble. La luminosidad y tonos claros contrarrestaban con el resto del edificio, un mundo totalmente diferente.

El espejo gigante y limpio le invitó a mirarse, la sorpresa quedó encerrada en su vivienda ya que vio lo que esperaba: sus cabellos despeinados, su cuerpo con un capa de sudor, el olor del muchacho impregnado en su piel y, lo más destacable, numerosas marcas rojas en el cuello y torso.

Creer lo que pasó era un disparate pero más loco era negarlo. Las pruebas claramente no mentían y su cabeza estaba amueblada, se entregó a él completamente sobrio. Dos vasos de Whisky ni siquiera lo tambalearían, mucho menos afectarían a su capacidad cognitiva y de decisión.

– No le des más vueltas, Zhan. Lo que pasó, pasó y no volverá a suceder – le dijo a su reflejo.

Tomó una ducha reconfortante y ligera, sin importar mirar la hora. Llegaba tarde de todas maneras al trabajo y, por un día, se permitiría ser un jefe despreocupado.

Recogió su ropa dispersa por la habitación y comenzó a vestirse por abajo, cuando le tocó el turno a la camisa supo que era inservible, le faltaban casi la mitad de los botones. Escondió la prenda dentro de los pantalones intentando que no se notara y, por último, se colocó la chaqueta arrugada.

La señora Jin tenía trabajo antes de irse de vacaciones por el parto de su hija.

Desaliñado cómo iba, bajó al primer piso donde la pasividad era incomparable con el desmadre de la noche. Las mesas estaban limpias a la espera de la llegada de nuevos clientes, apenas había personal y todo estaba en silencio, al menos hasta que una voz conocida se escuchó.

– ¡No... puedo irme!

– Señor, el local está cerrado – prosiguió una camarera.

– ¡Mi... amigo! ¡Mi amigo está... aquí todavía! – arrastraba las palabras pesadamente.

Solo una copa de Whisky | Yizhan 🔞 *Finalizada*Where stories live. Discover now