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Alma Fox

Veía a las personas que pasaban por la vereda de la calle del frente, unos niños de unos ocho o nueve años jugaban en la calle a las escondidas parecían querer adentrarse al bosque, los adultos conversaban sin prestar atención alguna a los niños.

— Alma, hora de cazar. — escuché la voz de Damián del otro lado de la puerta de mí habitación

— Voy en un segundo. — Conteste viendo a los niños adentrarse al bosque.

Tenía unas cuatro reglas, las cuales cumplía al pie de la letra ,no me gustaba ver a otros novenos o cualquier persona romperla.

Primera regla: No matar niños.

Segunda regla: No matar embarazadas.

Tercer regla: Cuando ves a alguien intentando abusar de alguien, matas al abusador.

Cuarta regla: Siempre ayuda a tu manada.

Son simples y las más importantes para mí, aunque tengo otras, pero las otras son para mantenerme en control y no hacer una masacre, eso es más de Poe o Archie.

Salí de mí habitación corriendo escaleras abajo encontrándome con mí hermano, vestía una chaqueta negra de cuero, remera gris simple y un Jens negro, en su mano derecha una daga.

— Rápido, unos niños acaban de entrar al bosque. — dije caminando al patio trasero de nuestra casa.

— Alma, no eres su niñera, no tienes que cuidarlos. — decía Damián llegando a mí lado para caminar a la par.

— Son sólo niños. — dije como si eso respondiera todo.

— ¿Eso que tiene que ver?, Todos conocen las historias del bosque. — pregunto con frialdad

— Eso no nos deja camino libre para asesinar niños, Damián. — exclamé en tono de reproché

— Son presas, Alma. — dijo en tono de advertencia

— Son niños. — di por terminada la conversación.

Íbamos caminando en silencio hasta que un grito y llanto se empezó a escuchar, corrí hasta el lugar donde provenía el ruido, la escena era muy fuerte para cualquier menos para mí, estaba acostumbrada pero de solo ver al niño tirado en el suelo con un chico encima mientras esté lo apuñalaba sin compasión me revolvió algo.

Saque mí daga de mí bota y corrí hacia el hombre tirándome sobre su espalda, una puñalada en el lado izquierdo de las costillas, un corte limpio al cuello y dos puñaladas al estómago bastaron para que el bastardo muera en sufrimiento.

Acomode unos mechones de pelo que me estropeaban la vista, Damián llego a mí lado con un conejo entre sus brazos, lo acariciaba lentamente, sabía lo que se venía y debo decir que pobre conejito.

— Llegaste tarde, pequeña lobita. — dijo en tono de burla viendo el cadáver al lado mío

— Sólo acaba con el conejo y vamos a la cabaña. — dije entre dientes

[...]

Al final no fuimos a la cabaña, volvimos a casa y fui directo a mí habitación, por la ventana fui a unos personas mudándose a la casa de al lado, antes de que me vieran cerré las cortinas y me fui a bañar.

— Alma, cariño, te quiero en media hora abajo. — dijo la voz de mí mamá detrás de la puerta.

— Está bien, me baño y voy. — conteste agarrando el celular para poner música.

Me empecé a despojar de mí ropa mientras la tina se llenaba y empezaba a formarse espuma, el agua estaba a la temperatura perfecta, ni muy fría, ni muy caliente, el olor a Jasmin del  jabón se empezó a salir, entre de forma lenta y me recosté relajando mí cuerpo en el agua.

Llevaba unos diez minutos cuando mí piel empezó a arrugarse, me levanté y envolví con mí bata, fui hacia mí habitación y fruncí el ceño al ver las cortinas de la ventana abierta.

— ¡Damián te he dicho miles de veces que no entres en mí maldita habitación! — grite con enojó, odiaba que invadan mí espacio privado.

— ¡La próxima vez no me robes mis buzos! — contestó del mismo modo que yo anteriormente.

— ¡Que te follen!. — grite mientras cerraba las cortinas

— ¡Que así sea! — grito con burla en la voz.

Solté un gruñido antes de empezar a vestirme, un vestido negro dos dedos encima de las rodillas, que se acoplaba perfecto a mí figura, unas medias de red negra y botas con plataforma, una chaqueta negra de cuero de Damián y por último perfume, me peine y hice una coleta alta con unos mechones sueltos.

Baje a la sala y ahí se encontraba mí madre sacando unas galletas del horno.

— ¿Para qué me necesitaba madre?. — pregunté con gracia imitando un asentó extraño.

— Invite a los padres de tu novio a una cena hoy por la noche. — respondió haciendo que abra los ojos de manera exagerada.

— ¿Por qué me entero hasta recién? — pregunté recomponiendo mí postura

— Porque no nos hemos visto en toda la mañana y no he podido avisarte hasta ahora. — respondió normal sirviendo las galletas en un plato.

— Jasper y yo terminamos mamá. — dije haciendo que deje de hacer lo que estaba haciendo.

— ¿Por qué me entero hasta ahora? ¿Cómo te sientes?. — pregunto mamá acercándose para abrazarme.

— Porque lo he dejado hoy, y me siento bien, solo era una obsesión cualquiera como las otras. — dije con normalidad.

Ella asintió siguiendo con sus cosas, ya estaba acostumbrada y sabía lo que tenía que hacer, cancelar la cena antes de que vengan y se haga una masacre en la casa.

Me quedé haciéndole compañía aunque en realidad era porque le estaba robando las galletas mientras ella no veía, al cabo de unos minutos el timbre de la casa sonó avisando que había visitas.

— Vigila el horno y deja de comer las galletas. — dijo apuntándome con el dedo mientras yo levanté las manos en modo de inocencia.

Me pare y fui por jugo a la heladera, veía atenta el horno mientras escuchaba voces y pasos venir hacia la cocina, no conocía esas voces, así que sutilmente puse un cuchillo al lado mío.

Por la puerta una familia entro junto a mí madre, en cuento mis ojos hicieron contacto con los del rubio y luego con los del pelinegro sonreí.

— Alma, cielo, te presento a los Stein. — dijo la voz de mí madre.

Creo que encontré mis nuevas obsesiones.

Las Obsesiones De Alma Fox Место, где живут истории. Откройте их для себя