Capítulo 2: Cuestiones de familia

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Capítulo 2: Cuestiones de familia



—¿Cómo lo has sabido?

—¿De veras eso es lo único que te preocupa? ¿Cómo he sabido? —Cat esperó a que entrase en el camarote para cerrar con un portazo. Para qué ser discreta pudiendo montar el espectáculo—. ¿¡Como puedes ser tan mezquino!?

La palabra me hizo sonreír, y lo hice de tal modo que se quedó en silencio. Por un instante me había olvidado de que no llevaba la máscara y había visto el gesto. Y sí, a diferencia de mi silencio, la sonrisa sí que fue muy mezquina.

—Eres un cabrón —murmuró.

Cat se dejó caer en la litera inferior del camarote, lo que provocó que toda la estructura metálica crujiese. El espacio no era demasiado grande, con sitio para un par de sillas y una mesa ridículamente pequeña. El resto lo ocupaba un diminuto armario empotrado y la litera. Por suerte, frente a la mesa había una ventana muy grande, por lo que la sensación de opresión era más llevadera. Para alguien como yo, acostumbrado a vivir en búnkeres y pisos francos, aquello era más que suficiente. Para Cat, sin embargo, era poco menos que una jaula.

Dejé la mochila sobre una de las sillas y la miré. Ella trataba de disimularlo, pero me vigilaba de reojo, maldiciendo a nuestros queridos padres entre dientes. Pocas veces la había visto tan enfadada como aquella mañana.

—¿Cómo lo has sabido? —insistí—. Horus, ¿verdad?

—¿Carsten? —replicó ella, negándose una vez más a utilizar su nombre en clave. A su modo de ver, acabada la guerra, ya no era necesario seguir manteniendo el anonimato—. No, no ha sido él. Al menos no directamente.

—¿Entonces?

Antes incluso de que lo dijese, lo supe: Balian Aesling. A Horus le había prohibido se lo contarse a Cat, así que había recurrido a Balian, que a su vez no había dudado en avisarla. Porque Balian era así. Desde que salía con Isis se creía el protector de todos, incluido de mí mismo.

Ironías de la vida.

—Bueno, pues ya sabes lo que hay —dije, acomodándome en la silla libre—. Me voy una temporada: puedes irte a casa.

—¿De veras crees que me voy a ir? —respondió ella, alzando la ceja derecha—. ¿Que he hecho la maleta y he comprado el billete a contrarreloj para irme?

Era evidente que no, pero dadas las circunstancias me la jugué. Me encantaba hacerla rabiar.

—Sí, eso creo.

—Pues eres idiota.

—Puede ser.

Admito que me molestó menos de lo que esperaba la presencia de Cat. El tren tardó varios minutos en arrancar, tiempo más que suficiente para sacarla del vagón y dejarla en tierra. Podría haberlo hecho por las buenas, convenciéndola a base de cordialidad y mentiras, o a las malas. Incluso podría haberla sacado a la fuerza, pero ni tan siquiera lo intenté. Cat llevaba mucho tiempo esforzándose por recuperar nuestra relación, y después de aquel gesto no podía darle la espalda.

Además, mi hermana era una periodista con instinto: si servía para acercarme un poco más a Tyara, me valía.

Permanecimos en silencio durante la primera hora, perdidos en nuestros propios pensamientos. Cat no dejaba de juguetear con el móvil, enviando mensajitos a todos sus contactos, mientras que yo me limitaba a mirar por la ventana, esperando a que pasara un poco de tiempo para llamar al teléfono de Tyara.

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