Capítulo 4: Las Rosas

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Capítulo 4: Las Rosas




La familia de Tyara vivía en un barrio conocido como Las Rosas, en las afueras de la ciudad. Se trataba de una localización humilde, construida entre edificios abandonados, donde un asentamiento de extranjeros procedentes del centro del continente se había establecido en busca de una vida mejor. Era un lugar pobre, cuyos habitantes vivían en casas prefabricadas de materiales ya marchitos por el paso del tiempo y las adversas condiciones climatológicas.

El viento soplaba con especial fuerza en Las Rosas, arrastrando la arena de la playa y tiñendo de ocre sus cielos. Las calles estaban sucias, con pintadas en los edificios y basura acumulada en los contenedores, y llenas de gente de aspecto sospechoso. Mucho tatuaje, mucho pendiente y mucha droga en las venas: un escenario lúgubre en el que criarse, pero en el que Tyara había sido muy feliz durante sus primeros años. Al fin y al cabo, de donde ella venía era mucho peor.

Volver a pisar aquellas calles despertó sentimientos encontrados en mí. Había pasado meses allí, recorriendo las avenidas y adentrándome en negocios de los que ya no quedaban más que carteles apagados y escaparates rotos. Las Rosas seguía hundiéndose año tras año, arrastrando a la miseria a los más desafortunados, pero también permitiendo a los aventajados que abandonasen la zona. De hecho, muestra de ello era la cantidad de edificios que habían quedado vacíos en los últimos tiempos. El ayuntamiento de Barcino estaba intentando trasladar a los habitantes hacia zonas menos marginales, pero aún había quién se resistía a abandonar su hogar. Por sucio y mugriento que fuera, era el techo bajo el cual se habían criado y no querían dejarlo.

Y entre las familias que seguían en Las Rosas se encontraban los padres de Tyara, una pareja que rondaba los sesenta años y cuya expresión se ensombreció enormemente cuando, al abrir la puerta en plena madrugada, fue mi rostro el que vieron.

—Oh, Lobo —dijo el señor Byron con apenas un hilo de voz—. No te esperaba.

Jeremy Byron era el padre adoptivo de Tyara, un hombre de casi dos metros de altura y piel morena cuyos ojos negros siempre habían estado llenos de vida. Tenía el pelo azabache, ahora cubierto de canas, y una frondosa barba que siempre llevaba muy bien recortada. Era un hombre de porte imponente, amenazante incluso, pero con un alma tan pura que eclipsaba su físico.

Era todo bondad.

—Siento las horas, señor Byron, pero me llegó la noticia —respondí—. ¿Puedo pasar?

La luz de una farola iluminaba la entrada a una vivienda humilde de fachada cubierta de grafitis y tejado inclinado al que le faltaban algunas tejas. No era una casa especialmente grande, pero gozaban del espacio suficiente para haber criado a Tyara con comodidad.

—¿Quiénes son? —preguntó, señalando con el mentón a mis acompañantes.

—Personas de confianza —respondí, aunque no era del todo cierto. Cat era de confianza, al menos un poco, pero el otro... en fin.

El señor Byron dudó, seguramente conocedor lo que se le venía encima en cuanto entrase, pero su esposa le convenció. Escuché su suave voz aterciopelada desde dentro, pidiéndole que dejase entrar "al chico", y finalmente él aceptó.

—Gracias —dije, e hice una señal con la cabeza hacia Cat y Thomas para que me siguiesen.

El olor de las plantas aromáticas de Virginia Byron me dio la bienvenida al atravesar el vestíbulo y entrar en el salón. La madre de Tyara se encontraba en su rincón de lectura, sentada en la misma mecedora donde siempre había estado.

LoboWhere stories live. Discover now