Capítulo 18: En las profundidades del bosque

169 20 31
                                    

Capítulo 18: En las profundidades del bosque



Volvíamos a estar en el bosque. Habíamos accedido a través de otra entrada, pero volvía a ser el mismo océano de árboles, hojas caídas y barro que había conocido días atrás.

El bosque donde me había perdido.

El bosque donde había oído el aullido.

El bosque de los símbolos.

En aquella zona de la montaña la naturaleza era algo distinta. La luz incidía con menos fuerza, por lo que el ambiente era mucho más húmedo. El suelo era lodoso, con charcos de agua ocultos bajo capas de hojas secas, y árboles nudosos. El musgo crecía en sus troncos, revistiéndolos de un verde esmeralda que parecía refulgir en la penumbra. Las plantas eran más bulbosas, con gruesos tallos y llamativas flores de colores alrededor de las cuales revoloteaban cientos de insectos cuyo zumbido se te clavaba en el oído. Mirases donde mirases, había bichos. Bichos enormes que se te posaban sobre la ropa y la cara, ansiosos por succionar tu sangre.

Eran repugnantes.

De hecho, todo el entorno en sí era repugnante. Cuanto más nos adentrábamos en el bosque, más atrás quedaba la belleza que anteriormente habíamos divisado. Allí todo era más lúgubre, más sombrío, con raíces surgiendo del suelo de un momento a otro para arrastrarte en la caída y ramas liberando lo que parecían ser frutos que no correspondían a sus árboles. El suelo ocultaba desniveles y charcos que tiraban de ti hacia su interior; las plantas buscaban tus tobillos para enredarse y morderte con sus espinas. Como serpientes.

Como alimañas.

Y en mitad de aquel desagradable entorno de atmósfera asfixiante, las runas de los árboles y el suelo emitían no solo una potente luminosidad verde, sino también un tintineo. Un susurro que de vez en cuando arrastraba el viento y se clavaba en tus oídos, llenando tu mente de palabras extrañas.

Palabras en otro idioma.

Palabras sin sentido.

Palabras que te envenenaban.

Era como ir a contracorriente.




—¿Cuánto llevamos?

—No lo sé, pero diría que poco. Tres o cuatro kilómetros como mucho.

—¿Solo?

—Me temo que sí. Al menos eso pone en el mapa. La roca que acabamos de ver, la de forma de corazón, estaba a tres kilómetros del aparcamiento.

Habíamos hecho más, ambos éramos conscientes de ello. De hecho, en cualquier otro lugar habríamos recorrido al menos ocho kilómetros, pero allí no. Allí las horas de camino y el cansancio se acumulaban, pero las distancias no se reducían.

Llevábamos cinco horas caminando cuando Cat decidió reducir la marcha para quedar a mi altura. Había pasado la mayor parte del viaje en compañía de Tyara, charlando y contándose historias, pero llegado aquel punto necesitaba un poco de calor fraternal.

—A este paso no vamos a llegar nunca —exageró, llevándose a los labios su botella de agua. Se había bebido ya la mitad—. ¿No será que en realidad nos estamos equivocando de camino?

—Yo qué sé, vosotras ibais delante —respondí, encogiéndome de hombros—. Además, Tyara lleva la brújula, ¿no?

—Sí, lleva la brújula, pero no funciona bien. Si te quedas quieto, cambia de dirección. Te puede marcar tanto el norte como el sur sin moverte.

LoboWhere stories live. Discover now