Epílogo

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—¿De veras no ha podido hacer nada por ti?

—Lo ha intentado, pero dice que no hay nada que curar. Que lo mío no es una maldición, sino una bendición... de veras, se nota que no me ha visto en acción.

—¿Y qué vas a hacer?

—Pues no lo sé, la verdad, estaba tan convencido de que Tyara me ayudaría...

Faltaban tan solo ocho minutos para que el tren saliese de la estación de los Santos de Barcino en dirección a Solaris y Cat, Thomas y yo ya estábamos en nuestro camarote, esperando la inminente partida. Nos habíamos pasado las últimas horas conduciendo de noche y estábamos cansados, sobre todo yo, que no había logrado pegar ojo. Por suerte, la desesperante espera llegaba a su final y el tren estaba a punto de partir.

Por fin poníamos rumbo a casa.

—¿Tienes alguna otra alternativa?

—Pues no lo sé, la verdad, es como empezar desde cero.

—Pues vaya faena... ¿te quedarás entonces en Solaris una temporada?

—Supongo, no lo sé. No tenía nada pensado.

—Ya... bueno, yo tengo una habitación vacía en el apartamento. Si no tienes ningún sitio donde quedarte, pues puedes venir. No es que sea gran cosa, pero...

Cat y Thomas no dejaban de hablar. Durante el trayecto hasta la ciudad habían estado durmiendo a turnos, por lo que había podido disfrutar de un poco de paz. Desde nuestra llegada a la estación, sin embargo, los nervios y la emoción de volver a casa se había apoderado de ellos y no paraban de comentarlo todo.

Absolutamente todo.

Incluido el futuro. Hablaban de lo que harían cuando llegásemos, y aunque yo intentaba no meterme en su conversación, no podía evitar preguntarme qué iba a ser de todos. De Thomas, cuya maldición con la lluvia sería tan presente como el primer día, o de mi hermana la periodista, a la que no sabía qué le iba a deparar a partir de entonces. Tenía bajo la manga una historia impresionante y el permiso de Tyara para explicarla, pero no tenía claro de que fuera a animarse a hacerla pública. Lo de Lycaenum había sido demasiado brutal como para ponerle nombre y apellidos.

Pero sobre todo pensaba en mi propio futuro. Me imaginaba a mí mismo volviendo a mi solitario apartamento y pasando las horas muertas con Horus y, sinceramente, se me rompía el alma. Iba a ser muy complicado enfrentarse al futuro después de lo de Lycaenum.

Después de Tyara.

—Pues puede que me lo plantee, dejé el piso que había alquilado antes de venir, así que...

—Yo también tengo habitaciones libres —intervine, rompiendo por primera vez mi silencio en horas—, y son bastante más amplias y luminosas que el agujero negro donde vive mi hermana. Vendrás conmigo.

Supongo que no hace falta que diga que los amenacé a ambos con la mirada. Porque lo hice, por supuesto. Intimidados, Cat y Thomas se miraron entre sí, pero no me discutieron. Sabían que no era el momento.

Además, tenían prohibido quedarse solos. Después de lo que había pasado en la tienda de campaña me negaba a vivir nuevos dramas. Además, había demasiadas chicas en el mundo como para que el loco de la lluvia se fijase en mi hermana.

No. Para nada. Tommy era buen tipo y nos habíamos hecho grandes amigos, pero nada más. Su lugar estaba lejos de Cat.

—Te lo agradezco, Lobo —respondió Thomas—. No te molestaré demasiado, con que me dejes un par de noches será más que suficiente.

LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora