Capítulo 3: Pasos en la noche

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Capítulo 3: Pasos en la noche



El tren alcanzó la estación de los Santos en Barcino a las cuatro de la madrugada. A aquellas horas la ciudad estaba sumida en un profundo letargo que la acompañaría hasta el amanecer, cuando miles de personas empezasen el nuevo día.

Cat y yo recogimos nuestro escaso equipaje y salimos a la noche. Barcino era una ciudad inmensa emplazada entre las montañas y el mar. Sus edificios, todos ellos grandes construcciones de cristal y metal, se alzaban en una cuadrícula perfecta que se extendía a lo largo y ancho de toda su superficie, dotando de un equilibrio casi perfecto a un lugar lleno de luces y sombras.

Era un buen sitio en el que vivir. Barcino había logrado evitar el golpe de sobrenaturalidad que había sacudido el continente en las últimas décadas. Había flirteado con el vampirismo y con otros tantos seres abominables que habían amenazado su pacífica existencia, pero había logrado evitar el embiste. Sus gentes, aunque cerradas y poco amistosas con los extranjeros, eran fuertes y valientes: una combinación perfecta para que por aquel entonces sus calles fuesen uno de los emplazamientos más seguros de toda la península.

Claro que, como en todas las grandes ciudades, había zonas mejores y otras peores. Y aunque nuestro tren había alcanzado su destino en su corazón, donde uno podría ir con la cartera abierta en plena noche sin sufrir contratiempos, nuestro objetivo se hallaba en las afueras, en una zona mucho menos segura.

—Aquí el metro funciona durante toda la noche, así que podremos llegar sin problemas —dije, alejándonos del grupo principal de viajeros, cuyos siguientes pasos los llevaban a una parada de taxis no muy lejana a la entrada de la estación—. No te alejes de mí, ¿de acuerdo?

—¿A dónde vamos? —preguntó Cat con sorpresa—. Son las cuatro de la mañana y he alquilado una habitación en un hotel cerca de la estación. ¿Qué te parece si...?

De nuevo él.

Me detuve en seco al verlo atravesar las puertas de la estación, con una mochila negra colgada al hombro. Fingía mirar a todas partes, como si tratase de ubicarse, pero en realidad estaba buscándome.

Aguardé unos segundos, esta vez mirándolo con fijeza, y no reanudé la marcha hasta verlo alejarse a la estación de taxis. Cabía la posibilidad de que me estuviese equivocando, por supuesto, pero estaba convencido de que no.

Conocía a la gente como él.

Perpleja ante mi mirada, Cat tardó unos segundos en reaccionar.

—Esto... —dijo, reanudando la marcha tras de mí—. Está aquí al lado, en serio. Podemos dormir unas horas, y...

Me detuve en seco, algo sobresaltado ante su presencia. Tal era mi estado de alarma que me había olvidado de mi hermana por un instante. De ella, su maletita y su hotel.

Cat.

No deberías haber venido, Cat.

Respiré hondo, tratando de reorganizarme mentalmente.

—¿Qué dices? —pregunté, dándome cuenta de que no le había prestado atención alguna hasta entonces—. ¿Has reservado un hotel?

—Justo.

—¿Para?

Mi pregunta la dejó desconcertada. Comprobó su reloj y me lo mostró con cara de circunstancias.

—Es de madrugada, Lucian, ¿qué pretendes?

—¿Cómo puedes tener sueño? Te has dormido a las siete.

LoboWhere stories live. Discover now