Corte 2: Los secretos de Thomas Blue

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Corte 2 – Los secretos de Thomas Blue



Me quedé preocupada. Aunque Lucian le quitó hierro, asegurando que a Thomas no le pasaba nada grave más allá de una posible indisposición estomacal o sueño, yo tenía mis dudas. Durante aquellos días habíamos hablado bastante, conociéndonos más en profundidad, y no me daba la sensación de que fuera de esos. Podría haberle sentado mal la comida, por supuesto, pero lo habría dicho... o, mejor dicho, no lo habría dicho, pero su postura no habría sido tan radical. El que se hubiese cerrado en banda con tanta vehemencia resultaba sospechoso. Tanto que, aunque sabía que no debería haberlo hecho, no pude resistirme: esperé a que Lucian se quedase dormido en la habitación que compartíamos y salí en busca de Thomas.

Mis pasos resonaron en el pasillo de madera, arrancado crujidos a los tablones. El hotel no estaba demasiado lleno, con tan solo unos cuantos coches en el aparcamiento, por lo que esperaba no despertar al resto de clientes. Aunque la tormenta que estaba cayendo, era complicado. A pesar de ello, fui especialmente cuidadosa, como una ladrona en un museo. Recorrí el pasillo de puntillas, hasta la puerta de Thomas, y llamé con suavidad con los nudillos.

Planté la oreja para escuchar.

Era extraño, lo sé. Las visitas nocturnas de una chica a un chico en un hotel no solían ser de cortesía únicamente. Cualquiera que me viese pensaría que quería tema con el policía, pero la verdad era mucho más sencilla. Tenía la sensación de que le pasaba algo, de que había visto algo en el teléfono que le había angustiado profundamente, y quería saber el qué.

Esperé unos segundos, pero al ver que no respondía volví a llamar. Llamé durante un minuto, acompañando al golpeteo de mis nudillos con mi voz, y no paré hasta que yo misma me di cuenta de que estaba gritando su nombre.

—Joder, ¿estás sordo o qué?

Di una última palmada en la puerta y me encaminé de regreso a la habitación. Thomas debía haberse quedado profundamente dormido... pero ¿tanto? ¿Acaso era posible? Había gente que no se enteraba de nada mientras soñaba, pero aquello era excesivo. Además, era un poli, en teoría debería estar siempre alerta...

Thomas me preocupaba, y en mitad de la noche, en la soledad del pasillo, mi mente no dejaba de pensar en que podría haberle pasado algo. Al fin y al cabo, ese hombre buscaba a Tyara para que le curase de alguna dolencia. Basándome en ello, ¿acaso no cabía la posibilidad de que le hubiese pasado algo grave? Un infarto, por ejemplo. Y en ese caso, lógicamente, no oiría mis llamadas...

—Thomas...

De repente, me lo imaginé tirado en la cama, muerto. Totalmente muerto.

Muy muerto.

Calma, Cat, calma...

Me esforcé por imaginarlo dormido, con la cabeza en la almohada y tapado con una manta. Puede incluso que utilizase tapones. ¿Sería por ello por lo que no me oía? Tenía sentido. De hecho, era lo más probable...

Pero no me bastaba: quería saber qué le pasaba. Quería saber qué había visto en el teléfono, y quería saberlo ya. En aquel preciso momento.

Ya.

No me pude resistir. Volví a la puerta de Thomas, saqué la horquilla que había guardado en el bolsillo de mi pijama antes de salir, y no por casualidad precisamente, y cubrí la cerradura con mi propio cuerpo. Seguidamente, tal y como me había enseñado el propio Balian, que era un as en la materia, la introduje en la cerradura y la moví hasta girar el cierre. Abrí la puerta, me colé en la habitación y cerré tras de mí.

Asalto en plena noche. Cat, de veras, si alguien te viera...

Recorrí el corto pasadizo que conectaba con la habitación y levanté el teléfono, para iluminar la sala con el brillo de la pantalla. Lo busqué primero en la cama, donde las sábanas ni tan siquiera estaban revueltas, y después comprobé el resto de la estancia con perplejidad. A simple vista no había ni rastro de Thomas...

Pero allí estaba, sentado en el suelo, con la espalda pegada a la pared y los ojos cerrados. Tenía una expresión cansada en el rostro, como si algo le angustiase, y una posición extraña. Estaba muy encorvado... estaba raro.

—¡Thomas!

Me acerqué para comprobar la escena más de cerca. A simple vista no parecía tener sentido, pero tuvo aún menos cuando descubrí que estaba esposado al tubo de la calefacción. Abrí mucho los ojos, desconcertada, y me agaché a su lado para comprobar su estado. Tenía la muñeca ensangrentada, llena de marcas y de arañazos de haber intentado liberarse. Al parecer, alguien le había atado. Alguien había intentado que no escapase, pero ¿por qué? ¿Qué sentido tenía? La puerta no estaba forzada, tampoco la ventana...

Iluminé con el teléfono el suelo, tratando de comprender la situación, y a los pies de la cama descubrí la llave de las esposas. Estaban relativamente cerca, a la distancia suficiente para poder rozarlas, pero no alcanzarlas.

Oh, Thomas... de ahí las heridas de la muñeca.

Me apresuré a recogerlas y, dispuesta a liberarle, algo me detuvo. Un murmullo extraño que escapó de lo más profundo de su garganta; unas palabras que lograron aterrorizarme de tal forma que supe que era mejor que no lo hiciera.

Al menos no por el momento.

Lo contemplé con confusión durante unos segundos, desde la distancia, y sintiendo lástima y miedo a la vez, me alejé hasta la ventana, donde había una mesa junto a una butaca. Dejé entonces la llave en el cenicero, me acomodé y, convencida de que era lo mejor que podía hacer, me quedé en la habitación, a la espera del siguiente amanecer.




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