Capítulo 20: La bruja

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Capítulo 20: La bruja



Entramos en la torre. Empujamos las hojas de la puerta, Tyara la izquierda, yo la derecha, y nos adentramos en la planta baja del edificio, un vestíbulo de paredes llenas de símbolos rúnicos cuyo suelo embarrado estaba repleto de pisadas de niños.

Tyara sacó su linterna. La había traído consigo antes de salir en mi búsqueda. Yo, en cambio, solo llevaba la pistola.

Nos miramos el uno al otro, compartiendo el miedo y la inquietud. A partir de aquel punto, íbamos a avanzar juntos. Tyara iluminó todo cuanto los rodeaba, descubriendo en el vestíbulo una estancia amplia y vacía, y al fondo localizamos dos tramos de escaleras. Uno bajaba, el otro subía.

—¿Y ahora?

Avanzamos en silencio hasta allí. Dentro de la torre no se escuchaba sonido alguno. Más allá de las ventanas el viento azotaba la montaña, pero allí dentro no había absolutamente nada. Solo quietud.

Una tensa quietud que aceleraba mi corazón, haciéndolo latir con violencia en el pecho.

Pocas veces había estado tan nervioso en mi vida.

Comprobamos las escaleras. Los peldaños estaban llenos de barro y tierra, como el resto de la sala, sin embargo, había algo singular en ellos. Mientras que los que ascendían no tenían marcas, los que bajaban estaban repletos de pisadas. Decenas de huellas que se mezclaban entre sí y que transmitían un mensaje claro: por aquel lugar habían pasado niños... y lo habían hecho recientemente.

Tyara deslizó la mano sobre las marcas, pensativa, y las señaló con el mentón. Inmediatamente después, inicié el descenso con la pistola ya preparada.

Bajamos. Primero un tramo inicial compuesto por doce escalones en los que nos adentramos en la oscuridad total. La temperatura iba aumentando con cada paso que dábamos, detalle que agradecer. El olor también era diferente. Atrás quedaba el perfume del bosque y la humedad: allí abajo olía a putrefacción, a metal, a carne corrupta...

A sangre.

Descendimos un segundo tramo, percibiendo un leve brillo al final del camino, y de repente, algo rompió el silencio. Un grito ahogado de pánico al que siguieron unos susurros y a alguien chistando. Pedía silencio...

Suplicaba que se callaran.

Niños.

Tyara y yo nos miramos y, temiendo lo peor, aceleramos el paso. Bajé las últimas escaleras de tres en tres, ignorando la posibilidad de resbalar, y alcancé al fin la planta baja. Un espacioso subterráneo en cuyo interior, tenuemente iluminadas por unas antorchas, descubrimos un total de doce jaulas. Diminutos receptáculos de metal donde, aterrorizados, había varios niños.

Niños que tan pronto nos vieron aparecer, se escondieron en el fondo de su celda, tratando de alejarse el máximo posible de nosotros.

Niños sucios y aterrorizados que empezaron a llorar con nuestra llegada.

Admito que se me rompió el corazón. Tyara salió disparada hacia las jaulas, horrorizada ante la escalofriante visión. Había seis niños encerrados, pero tan solo tres de ellos estaban vivos. Para los otros era demasiado tarde; habían muerto hacía poco, y por el aspecto que tenían sus cuerpecitos, tirados sobre junto a las rejas de metal, había sido de inanición.

Los habían matado de hambre.

Tardé unos segundos en reaccionar. El tiempo suficiente para que Tyara acudiese al encuentro de los supervivientes, que se encontraban en las jaulas del lateral izquierdo de la sala, y se arrodillase frente a ellos para intentar tranquilizarlos. Dos de ellos estaban dentro del mismo habitáculo y se parecían lo suficiente para sospechar que eran familia. Niño y niña, rubios, ojos azules, seis años como mucho. El tercero, era Mario.

LoboWhere stories live. Discover now