Capítulo 16: Ciudad de nieve, frío y muerte

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Capítulo 16: Ciudad de nieve, frío y muerte



Llegamos a Pírica de madrugada, cansados y hambrientos. El camino había sido más largo de lo esperado, sobre todo por la enorme cantidad de nieve que habíamos encontrado en el último tramo. La ciudad de piedra se encontraba emplazada en lo alto de una de las montañas más altas de la zona, una impresionante localización que le permitía disfrutar de unas vistas magníficas, pero que también provocaba que se desplomasen los termómetros.

No es que hiciera frío, es que se te congelaba hasta el alma.

Nuestra estancia allí se prometía corta, por lo que intenté no dejarme llevar por el pánico. A diferencia de Thomas, al que parecía darle igual el frío, yo no lo llevaba demasiado bien. Yo era un tipo de ciudad, y aquellas temperaturas tan extremas me ponían de mal humor.

Claro que, sinceramente, a aquellas alturas no necesitaba mucha excusa para estar de mala leche. Después de lo del cementerio había pasado por distintas etapas durante el viaje. Desde el cansancio hasta la indignación. Había vivido un sinfín de emociones que, por supuesto, no había compartido con nadie. Mis compañeros habían intentado hablarme en varias ocasiones, pero con un par de gruñidos como respuesta había bastado para que me dejasen en paz.

Porque necesitaba que me dejasen en paz, de veras.

Estaba harto.

Estaba cansado.

Estaba hasta los mismísimos cojones de todo.

Por suerte, no todo estaba siendo malo aquella noche. Durante el viaje Cat reservó unas habitaciones en uno de los hoteles de la ciudad. Uno rural muy bonito en las afueras, con tejado de pizarra, paredes de piedra y bla, bla, bla. Muy pintoresco todo, pero seguía haciendo un frío de cojones. Demasiado frío.

Me identifiqué en la recepción el primero, cogí la llave de mi habitación, una tarjeta electrónica cualquiera, y subía a la segunda planta, donde no dudé en encerrarme en mi cuarto. Seguidamente, sin preocuparme si mis compañeros tendrían habitación o acordar vernos mañana, me desvestí y me metí debajo de la ducha. Y entonces, solo entonces, debajo del grifo de agua caliente, con las manos palpitando de dolor y el estómago rugiendo de hambre, me di cuenta de lo mucho que odiaba Lycaenum.

De lo mucho que necesitaba volver a casa.

De lo mucho que ansiaba acabar con aquella pesadilla de una vez por todas.

Dios, cuanto odiaba aquel maldito pueblo.




Desperté al siguiente amanecer tumbado en la cama, cubierto solo por la toalla y con el pelo enmarañado de no haberlo secado la noche anterior. La calefacción de la habitación había impedido que me constipase, pero la postura, con las piernas dobladas y la cabeza apoyada directamente sobre el colchón, me iba a molestar todo el día. Desde luego no había sido la mejor idea quedarme dormido así, pero ¿cómo imaginar que Horus iba a tener tantas ganas de hablar aquella noche?

Siempre le llamaba cuando entraba en crisis. Cuando los nervios me superaban y ansiaba desaparecer del mapa para siempre, él era la mejor tabla de salvamento. Y no es que sus argumentos fuesen de peso o ayudasen a calmarme. Al contrario, él siempre se apuntaba a lo de desaparecer. No, lo que Horus me daba era algo diferente. Él me recordaba la necesidad que tenía de mí, de que no perdiese la cabeza, y eso me bastaba para controlarme. Solaris y Horus estaban esperándome y no iba a traicionarles.

LoboWhere stories live. Discover now