27.

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La pandemia arrasaba brutalmente, y no había mejor recordatorio de sus capacidades que el acontecimiento que en ese momento se llevaba a cabo a sólo metros de él. El cielo se teñía de un tenue gris, nubes esparcidas esporádicamente alrededor del cielo bloqueando la potencia de los rayos solares que estaban haciendo del traje de JaeBum un hervidero, y el llanto sutil de las personas se mezclaba con el ruido de las hojas de los árboles sacudiéndose con el viento. La calma reinaba en el exterior... y luego estaba el interior del recinto, a puertas cerradas.

—¡¿Cómo la vamos a enterrar si ni siquiera le cabe la pierna?! —protestaba una mujer, su chal negro ondeando con sus gesticulaciones bruscas en dirección al ataúd donde yacía una de sus primas, específicamente, a su pierna curva.

—Qué maquillaje más horrible le pusieron, seguro Dios la echa pensando que un demonio subió —añadía otra, chasqueando la lengua.

—Te perseguí siete meses para que me devuelvas la blusa, Bianca —siseaba una más a centímetros del rostro pálido, señalando la elegante prenda que portaba—; ni en el infierno te quisiste despedir de ella.

Cada una de las mujeres poseía un encanto peculiar que JaeBum admiraba al punto en que había tomado un poco de ellas para sí a medida que crecía. Eso, probablemente, explicaba muchas cosas.

No hacía que YoungJae se sintiera particularmente tranquilo.

"¿Qué estoy haciendo aquí?", se preguntaba frenéticamente, sus ojos viajando por toda la habitación mientras consideraba la manera más respetuosa de anunciar su despedida.

Había accedido con la idea de que JaeBum se encontraría devastado por la partida de una persona importante para él, más mientras veía al pelirrosa recoger margaritas de los arreglos florares con un aire cantarín, volvía a reconsiderar su manera de juzgar las emociones humanas. Sin embargo, no podía decir que JaeBum encajaría adecuadamente ahí.

—¿No es curioso que se haya ido en semana santa? —se unió JaeBum a la conversación, desatando la cinta perteneciente a una de las velas para enroscarla en su pequeño ramo de margaritas—. Murió el viernes, seguro revive el domingo.

Dios mío, gimoteó YoungJae, llévame a mí.

—¡Abran paso! Ustedes nunca piensan —la mujer que YoungJae había identificado como la icónica Tita se acercaba con paso firme, un martillo en su mano—. Es tan fácil como esto —y el martillo se dirigió con seguridad hacia la pierna de la mujer.

JaeBum giró sobre sus pies al oír el golpe en seco, encontrándose con la imagen de su novio tendido en el suelo, flequillo cubriendo parcialmente su expresión angustiada. Con parsimonia se liberó de su saco y lo dobló para ubicarlo cuidadosamente debajo de su cabeza en una almohada improvisada, juntando las suaves manos sobre su pecho y ubicando el pequeño ramo de margaritas entre éstas. Admiró un momento la imagen.

—¿No es acaso el desmayado más lindo del mundo? —lanzó en voz alta, ignorante a la extrañeza de la posición; no es como si su familia le tomara importancia, dándole la razón con las cámaras en mano tomando fotos de la pareja desde todos los ángulos desde el momento en que habían pisado el sitio. Este no sería la excepción—. Iré un momento al baño, cuídenlo por mí.

La letrina contaba con una ubicación estratégica que permitía oler el aroma a muerte desde todos los puntos, más esta vez proveniente de algún trasero grosero que no respetaba la ocasión lo suficiente para contenerse hasta verse lejos de un sitio tan serio. A unos veinte metros de donde se reunían todos a la espera de dedicarle unas palabras a la persona que se les había ido, JaeBum de nuevo se encontraba en aprietos. La puerta no servía y poco a poco se ahogaba en los gases fétidos provenientes de aquello que tiempo atrás era considerado un baño, no siendo más que un hoyo en el piso que quién sabe a dónde llevaría al desafortunado que terminara cayendo en su oscuridad. Pese a ello, de haber sido una ocasión cualquiera, no hubiera hecho más que esperar el momento en que otro desafortunado contara con la necesidad de utilizar aquel hoyo del mal, puesto a que tontamente había olvidado su teléfono, más en sólo unos minutos tenía que iniciar su propio discurso y no podía permitirse el lujo de perder el tiempo. Golpeando la puerta y estallando a gritos hasta quedar afónico, rogó no acabar desmayándose sobre la mugre acumulada y el piso mojado. El aire poco a poco se le acababa; quizá era un mal momento para recordar que era ligeramente claustrofóbico.

—¡JaeBum!

—¡Cerecita! —casi sollozó del alivio, apoyando su frente en la puerta y arrepintiéndose instantáneamente con una mueca. Su cuerpo picaba—. Aquí hay suciedad del mismísimo Jesucristo, te apuesto.

—Hazte a un lado, voy a sacarte de ahí.

—¿Hacerme...? Espera —retrocedió apenas tres pasos y se encontró a la orilla de la letrina. El lugar era minúsculo, a diferencia de su pánico que crecía cada vez más—. ¡Espera, espera!

Era tarde. La puerta se desprendió de sus bisagras con una patada que la mandó tanto a ella como a JaeBum al otro lado del reducido lugar, éste último colapsando en el suelo con la frente enrojecida y un hilo carmesí escapando de la nariz que poco le dolía en comparación a la agonía de verse sumergido en toda aquella suciedad, un grito ahogado retenido en su garganta.

YoungJae lo miraba desde el marco, ojos amplios y el pequeño ramo de margaritas en el bolsillo de su saco.

—Tas bien.

Si el pelinegro tuvo que soportar de cerca por el resto del día aquel olor, no era más que su deber al haber sido el causante del mismo; quizá su castigo por haberse reído discretamente hasta las lágrimas mientras veía a un desastroso JaeBum dar su discurso con el rostro carente de expresión y dos pañuelos incrustados en sus fosas nasales. Fuera como fuera, nadie ponía en duda que se merecían el uno al otro.


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Deberíamos jugar a adivinar qué anécdotas son reales y cuáles no. Se sorprenderían (?) ÑLSKFÑASLFJ. 

PD: Por ahí dice novios, pero es sólo por la perspectiva de JaeBeom. Pido perdón.

pink as my dickWhere stories live. Discover now