1

5.8K 656 261
                                    


YoungJae entró a su nueva clase, completamente nervioso por dentro pero mostrando una expresión impasible para evitarse unos buenos golpes ya que estaba consciente de que los bravucones prácticamente olían el miedo. Su remera negra contrastaba completamente con su pálida piel y sus jeans del mismo color se aferraban a sus piernas buscando enseñar todo el trabajo que hacía en el gimnasio. Todo él estaba enfundado en el oscuro color, incluso su cabello que caía sobre su frente con un largo flequillo que rozaba sus adorables mejillas era de un azabache tan oscuro que a la luz del sol adquiría un sutil azul noche.

Él lucía intimidante. Nadie imaginaría que apenas llegaba a su casa le gustaba tirarse a su cama con un montón de dulces para ver películas de princesas mientras imitaba de memoria los diálogos de las Barbies. Y quién pudiera calmarlo una vez que ponía un clásico de Disney. Ni el mismo Satanás.

Se sentó en la tercera mesa que daba hacia la ventana, un poco triste porque ninguno de sus amigos tenía su edad como para ser sus compañeros; sólo le quedaba el consuelo de poder verles en los recesos.

Las personas iban entrando hasta llenar el lugar con pláticas, risas y gritos y él aún no había emitido palabra alguna, limitándose a mirar a través del vidrio con el pequeño dibujo de un pene en una de sus esquinas. Se preguntaba si alguien lo había notado antes y había tenido demasiada pereza para borrarlo; aburrido, decidió pasar sus ojos por todas las esquinas para ver qué más arte escondido había. Entonces lo encontró.

El profesor ya había entrado y se estaba presentado con voz fuerte pero él apenas podía prestarle atención porque más abajo, corriendo para entrar al instituto, estaba un chico con cabello rosa y zapatos tan brillantes como si tuvieran diamantina encima.

Parpadeó.

¿Qué rayos...?

—Estoy seguro de que la mayoría aquí ya ha dado esta clase —YoungJae giró, saliendo de su aturdimiento—. Así que, empezaremos con un pequeño trabajo dual para que puedan conocerse y de paso compartir conocimient...

La puerta se abrió de golpe y el mismo chico rosa entró tranquilamente con la frente en alto como si minutos antes no hubiera estado corriendo como si tuviera el culo en llamas para salvar su primer día. YoungJae le miró, tan sorprendido como unos pocos nuevos.

—Por fin nos honra con su presencia, Im —el profesor saludó con desdén—. Siéntese, en un momento les asignaré un trabajo. Más le vale haber repasado algo de mis clases en estas vacaciones.

—Por supuesto que sí —esbozó una sonrisa llena de inocencia—, he escuchado un montón de usted cada que iba a las tiendas; son un poco diferentes a las cosas que usted solía contar pero siempre dice que hay que consultar distintas fuentes para asegurar la información.

Y se giró para buscar un lugar, dejando al mayor con la palabra en la boca y fijando los ojos en el asiento libre al lado de YoungJae. Éste continuaba mirándolo sin haber escuchado una sola palabra, pero es que cómo no hacerlo si tenía puesto unos shorts vaqueros enormes que dejaban ver unas piernas torneadas sin vello, un feroz suéter rosa pastel en el que parecía estar nadando y, todo esto podría haber sido sólo un poquito raro y no gran cosa si no fuera por los zapatos plateados que brillaban más que el futuro de los alumnos de esa clase.

Qué adorable.

El chico caminó con elegancia hasta el asiento, como si estuviera en una pasarela, para luego dejarse caer como un costal de papas sobre él. Giró un poco la cabeza hacia YoungJae y éste creyó que iba a saludarlo pero sólo mantuvo los ojos fijos en su rostro, sin parpadear. El pelinegro miró al frente, nervioso, notando por el rabillo del ojo que el chico daba un lento recorrido por su cuerpo antes de curvar la comisura de sus labios en una sonrisa casi imperceptible.

El profesor, un poco cortado, dictó el trabajo que harían, repartiendo un libro por cada mesa. YoungJae anotó todo ya que notó que el chico ni siquiera había sacado una pluma; lo único que había hecho era colocar los codos en la mesa y apoyar su mentón sobre las palmas de sus manos para poder ver al pelinegro con más comodidad.

—Bueno, emo —dijo de repente, sobresaltándolo—; empieza ya.

—¿Qué con este cambio tan brusco? —bajó su lápiz, completamente indignado—. Creí que ibas a ser dulce con todo ese rosa que llevas puesto...

—¿Eso qué tiene que ver? —arqueó una ceja—. Mi pene es rosa y no por eso es dulce... pero, para descartar dudas, ¿quieres probar?

Sí, el instituto iba a ser duro.

pink as my dickWhere stories live. Discover now