17.

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YoungJae se lavaba el rostro con tranquilidad, su madre viéndole desde el marco de la puerta del baño con sus brazos cruzados y una sonrisita cómplice que él intentaba por todos los medios ignorar.

—¿Por qué no te pones esa remera roja que te hace la cintura tan bonita? —sugirió como si nada, fijándose en cada atributo que poseía su hijo, atributos que obviamente había heredado de ella porque, demonios, la señora Choi sí que seguía teniendo su gracia.

Su regodeo interno se vio interrumpido por la protesta de su hijo.

—Porque esto no es una cita, mamá, sólo vamos a cenar. JaeBum es mi amigo, amigo —separó lentamente en un intento de que la palabra penetrara en su cabeza, pero ella se limitó a sacudir su mano como si apartara una tonta excusa que no tenía ganas de escuchar.

—Tonterías, si te mira como si fueras el centro de su mundo. Él es tu amigo, pero para él, tú eres algo más grande —y como si no hubiera soltado tremenda frase que lo quería dejar pensando más de lo que debería, fue a la habitación para rebuscar en el armario de su hijo hasta dar con la dichosa remera roja. YoungJae negó varias veces.

—¿Mamá? —la señora Choi levantó la remera de su hijo para revelar la pálida pancita, alzándola sobre su cabeza—. ¡Mamá!

Y, de nuevo, YoungJae tenía cinco años.

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—¿Le lleno el tanque?

—Súper, por favor.

El encargado asintió y procedió a cargarle mientras el pelirrosa miraba a su alrededor, no fijándose realmente en nada. Su mente estaba hecha un lío porque tendría una salida a solas con YoungJae ya de noche y eso contaba como una cita, ¿no?

Recordaba haber visto suficientes películas y telenovelas con su madre para saber el protocolo. Un buen lugar con ambiente romántico, quizá unas cuantas velas y rosas, una buena conversación y al terminar... un beso.

Sintió sus mejillas doler por la tonta sonrisa plasmándose en su rostro.

Ah, pensó aún encantado, no sé besar.

—Muchas gracias.

JaeBum se alejó lentamente, siendo lo suficientemente distraído para no notar cómo la rueda de su moto se acercaba de a poco al delgado hueco en el piso, rodeando toda la estación con el fin de filtrar el agua de la lluvia. Y, tal y como dictaban las circunstancias, la rueda se trabó en el sitio. El pelirrosa parpadeó e intentó sacar el vehículo acelerando, logrando su cometido pero, en el acto, perdiendo el control de su moto que se tumbó por la brusquedad del movimiento, llevándolo con ella. Debido a la sorpresa, no pudo reaccionar para soltar el acelerador, así que con todo y rostro confundido se mantuvo dando vueltas en el piso una y otra vez hasta que el momento chocó con él y su rostro se sonrojó con la intensidad de mil soles. Soltó un grito agudo y paró, incorporó la moto y se alejó de la gente que se había detenido a mirarlo con el mismo grito resonando por toda la calle.

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Ir con JaeBum en la moto era más fácil cuando aceptaba con tranquilidad que accidentarse no le importaba demasiado.

O eso se decía a sí mismo mientras se aferraba a la cintura del pelirrosa con sus uñas incrustándose en su carne, intentando no salir volando del asiento para acabar como un huevo estrellado en la carretera. JaeBum reía a gritos.

—Entiendo que al anochecer lleguen impulsos guiados por el instinto pero ahora estamos en público, cerecita. Más tarde, a riesgo de arruinar el protocolo de las citas que dicta que al coito se llega en la tercera cita, te permitiré arañarme la espalda.

pink as my dickWhere stories live. Discover now