Capítulo 22

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Al día siguiente y tras despedirse de Carlos e Isabel, John y María iniciaron el regreso a la casa de María. Nada más salir, el sonido de la música en la radio del coche, impidió que el tenso silencio se hiciera más pesado de lo que ya era. De vez en cuando, John miraba hacia atrás, para comprobar lo que hacía Paula; y ésta, tenía la sorprendente habilidad de hacerle sonreír, rompiendo el hielo entre ambos padres.

     Cuando llegaron a Cortijos Nuevos, María aparcó el coche enfrente de la puerta de su casa. No estaba agotada por el esfuerzo de conducir, pero la presión de saber que John estaba con ellas, se había llevado toda la energía que le quedaba. Así que casi arrastrando los pies, María abrió la puerta trasera del coche y desató a Paula de su silla, pasándosela a John para abrir el maletero.

      John cogió a su hija casi con un temor reverencial. No sabía cómo actuar con la pequeña, a pesar de su interés por ella. Y Paula, ajena a la inexperiencia de su padre, protestó debido al cansancio empezando a revolverse entre sus brazos.

     —¿John?

     John que miraba preocupado a Paula, intentó mecerla para que dejase de llorar.

     —No te preocupes por Paula. Está cansada del viaje y por eso llora. En cuanto coma, la acostaré. Te aseguro que no se ha comido a nadie hasta ahora...

     —No hace falta que lo digas. Ya estoy muy crecido para que pueda comerme... —contestó John bromeando por primera vez desde que había bajado del avión.

     —Cuando está cansada, suele ponerse así. Además, le duelen las encías porque le están saliendo los dientes y puede ser que también esté molesta por eso. Y yo de ti, no tendría tan claro de que no te puede comer, porque cuando está desesperada por el dolor, muerde a diestro y siniestro sin importarle que sea persona, animal o cosa.

     John sonrió observando con detenimiento a la pequeña. Era cierto que estaba irritable tras el viaje, pero él podía con ella. De repente, John miró la casa donde vivía la madre de su hija.

    —¡Aquí es donde vivimos! —dijo María señalando la casa.

     John se quedó mirando la sencillez de la casa. La fachada estaba algo descascarillada y se notaba que necesitaba una buena mano de pintura. No había duda que sus anteriores moradores debían de haber sido gente humilde. Nunca hubiese pensado que su esposa podría vivir en un sitio como aquel, claro que tampoco la conocía de nada para saberlo.

    —¿Cómo fue que te viniste a vivir aquí? —preguntó John.

    —Es una larga historia, ya tendremos tiempo de hablar —le sugirió María que necesitaba tiempo para hablar detenidamente con él—.Ahora, necesito sacar las cosas del coche antes de que apriete el calor.

    —¿Siempre hace tanto? —preguntó John.

     Era la una del mediodía y no se movía ni una sola gota de aire. En la parte delantera de la casa habían unas cuantas matas de flores que estaban completamente mustias. Pero hasta la tarde, María no podría echarles un poco de agua. Solo se sentía el ruido de las chicharras en medio de la calle.

     María sonrió a John mientras lo miraba fijamente y negaba con la cabeza.

     —No, hace más.

     —¿Más...? ¿Y cómo puedes soportarlo? —preguntó John mirando a la pequeña que intentaba soltarse de su abrazo—. ¿Qué hago? ¿La dejo en el suelo?

     —No, espérate que entremos dentro, si la dejas a su aire se pondrá más imposible todavía. Sé que la casa no parece gran cosa pero por dentro es bastante fresca y en la parte de atrás, tenemos un patio en el que pasamos la mayor parte del tiempo. Paula suele jugar siempre ahí. La alquilé por eso.

LA GUARDIA (Completa)# 1º Premio Romance Gemas Perdidas 2019Where stories live. Discover now