Capítulo 7

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        Los guardias civiles se levantaron nada más terminar la presentación, esperando que su superior y el sargento americano abandonaran la sala. María intentó no mirar hacia al militar, pero cuando ambos hombres llegaron a su altura, el corazón empezó a acelerársele sabiendo que el americano se acercaba. No sabía qué narices le estaba pasando, pero parecía una maldita adolescente inexperta con más hormonas que cerebro.

      Ningún hombre había llamado su atención hasta hoy. Nunca había sentido una atracción hacia nadie, ni había sentido la menor atracción por un compañero. Además, intentaba no mezclar su vida privada con la profesional. Tenía prohibido mantener relaciones con compañeros sobre todo si estaban casados, a pesar de que algún guardia lo había intentado. Rehuía las relaciones formales con cualquier espécimen masculino y sobre todo, con aquellos que tenían más testosterona que cerebro. Muy marcada desde pequeño por lo ocurrido a su madre, no pasaría por lo mismo que ella pasó, si podía evitarlo. Así que, cuando los dos oficiales se alejaron lo suficiente, no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.

—¿Qué te ha parecido? —preguntó Carlos observándola.

—¡Como todos! —exclamó María intentando aparentar que no le había impresionado ese hombre—. ¿Nos vamos? Tengo que hacer todavía un montón de cosas. Y esta tarde he quedado con Roberto, le prometí que le acompañaría a ver una exposición. Tengo que preparar la comida para los dos; hoy me toca cocinar... —dijo apesadumbrada.

—Entonces, vámonos —dijo Carlos abandonando el asiento—. Conociéndote, no quiero imaginarte dentro de la cocina.

—¡Idiota! —le insultó María medio en broma.

       Media hora después, María llegaba a su casa. Abriendo con la llave, escuchó una suave melodía procedente de la cocina. Seguro que Isabel se había levantado. Había trabajado la noche anterior y la había escuchado llegar a casa, a pesar de lo tarde que era. El horario de cierre del local donde trabajaba, era cerca de las cinco de la mañana y aunque intentó no hacer ruido para no despertarlos, María tenía un oído tan fino que podía escuchar cualquier sonido, por mínimo que fuese.

—¿Isabel...? —gritó María desde el recibidor, haciendo saber que ya había llegado a la casa.

—Si... —contestó su amiga a su vez—. Estoy en la cocina.

—Voy a cambiarme, ahora te veo —dijo María subiendo la escalera.

—De acuerdo. Has llegado justo a tiempo del vino —le insinuó su amiga.

       Mientras subía los escalones, María sonreía por la costumbre de su amiga de beber una copa de vino blanco mientras cocinaba; por culpa de ella, se había aficionado al vino. Cuando llegó a su habitación, se quitó la ropa de guardia y después de colocar el traje en la percha, se cambió y bajó a la cocina.

      Isabel parecía concentrada en lo que tenía en las manos.

—¡Hola! ¿Qué estás haciendo? —preguntó María a su amiga—. Hoy me tocaba a mí preparar la comida.

—Lo sé, pero me apetecía hacer una tarta. Así que, puedes hacerla perfectamente. He salido esta mañana a comprar los ingredientes que necesitaba.

—¡Te habrás levantado temprano!

—Pues si... no tenía sueño.

—¿Es la tarta de tu abuela? ¿La de galletas, natillas y chocolate? —preguntó María mientras salivaba.

—Sí —afirmó Isabel mientras sonreía.

—Vas a hacer que engordemos y al final, van a terminar por echarme de la unidad. Necesito perder un par de kilos y me lo pones cada vez más difícil. A ti te da por hacer tartas, y a Carlos por traerme bombones.

LA GUARDIA (Completa)# 1º Premio Romance Gemas Perdidas 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora