Capítulo 2

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Puente de Génave, octubre de 1983.

María corrió como un relámpago a recoger el bocadillo que le había preparado su madre, después de hacer los deberes. Le encantaban los bollos de aceite de la panadería de Bartolo, pero solo los que hacía con matalauva. Morder el pan y que en su boca explotara el sabor del anís cuando masticaba, era algo difícil de superar, eso sí, con foie gras por dentro.

—¡Mamá, me voy!

—Está bien pero ya sabes que en cuanto oscurezca quiero verte aquí. Y procura, que sea antes de que venga tu padre de trabajar. Luego no quiero problemas.

—Vale, vendré antes de que se haga de noche.

—Eso espero —afirmó la madre de María mientras su hija salía casi corriendo por la puerta.

      A unos cien metros de la casa de María, se encontraba el lugar en el que había quedado con sus amigos. Solían encontrarse en un callejón que miraba al río, por encima de la cueva de Paco el sastre. En concreto, era la parte posterior de una casa, en cuyo escalón se podía sentar uno y contemplar los dos puentes mientras esperaba sentada bajo la sombra e iba dando cuenta de su bocadillo.

      Diez minutos después, Joaquín y Rocío ya estaban junto a ella.

—¿Habéis hecho los deberes? —preguntó María con la boca llena—. Mi madre no me ha dejado salir si no los hacía.

—Yo los haré en cuanto llegue... —dijo Joaquín levantándose en ese momento.

—Yo los he terminado —respondió Rocío mientras miraba al muchacho—. ¡Siéntate, Joaquín! Tenemos que esperar a Pilar. Ha dicho que venía a las cuatro y media. Su madre no la dejaba salir tampoco.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó María.

—¡Vamos a ir a un sitio que nunca has ido! ¡Vamos a ir al huerto del amigo de tu padre! —le dijo Joaquín a María.

—¡No cuentes conmigo! —declaró María negando con la cabeza.

—¿Por qué? —preguntó Joaquín con el entrecejo fruncido.

—Si mi padre se entera, que me he metido en el huerto del tuerto, me mata —declaró con sinceridad María.

—No se va a enterar. ¡Ya verás! —dijo Joaquín intentando convencer a María.

—¿Y qué vamos a hacer allí? —preguntó Rocío interesada.

—Ha sembrado fresas y ya han salido unas pocas. En cuanto se vaya, entramos y sin que se de cuenta, las cogemos. El otro día las vi al pasar —dijo Joaquín mientras los ojos le brillaban de solo pensarlo.

—El tuerto es amigo de mi padre y sabes que tiene muy mala leche. Como me vea, me la voy a cargar —volvió a repetir María avisando a sus amigos del problema en que se podía meter.

—¿Y cómo nos va a ver si es tuerto? —preguntó Joaquín.

—¡Será tuerto, pero no ciego! ¡Idiota! —le gritó María a Joaquín mientras Rocío se reía.

En ese momento, Pilar apareció por el callejón.

—Ya está aquí Pilar. Entonces, ¿qué? ¿te vienes? —le preguntó Rocío a María.

     María lo pensó durante unos segundos y aunque no le gustó la idea, accedió.


Cinco minutos después, los niños atravesaban las calles y subían hasta los atascaderos. Un pequeño barrio de casas casi a las afueras del pueblo, donde las tierras que pegaban a la parte del río estaban rodeadas por pequeños huertos familiares. Los chicos giraron a la derecha y tomaron uno de los caminos de tierra que conducía hacia el hortal al que iban. Los agricultores habían sembrado en las tierras y se veían los surcos arados y rectos. Las tierras proporcionaban a sus dueños, las hortalizas suficientes para comer durante todo el año: patatas, cebollas, ajos, pepinos, tomates..., que solían recogerse en función de la estación del año en que estuviesen; mientras numerosos árboles frutales, esparcidos entre un hortal y otro, pintaban el pintoresco paisaje proporcionando las notas de color según sus frutos.

LA GUARDIA (Completa)# 1º Premio Romance Gemas Perdidas 2019Where stories live. Discover now