Capítulo 3

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Tras darme una ducha, me encontré con Peter. Su pelo rapado y la seriedad en sus facciones me hubieran intimidado tiempo atrás. Sin embargo, lo único que me causaban ahora era ternura. A fin de cuentas, él era un anciano atrapado en el cuerpo de un chico de veintitantos años.

No pude evitar ponerme de puntillas y pellizcarle la mejilla cuando llegué donde estaba parado. Su gesto contrariado y reprobatorio hizo que sonriera con más ganas si cabía. 

—Deja de actuar como si tuvieras cinco años — me recriminó, con sus gélidos ojos fijos en los míos.

— Lo haré cuando tú dejes de comportarte como un señor de ochenta.

Sin contestar, se sacó una llave del bolsillo y avanzó hacia la barrera que conducía a la salida, instándome a que lo siguiera con un movimiento de barbilla. Reconocí el vehículo nada más verlo. Era uno de los que utilizaban los miembros de Labor para ir de un sitio a otro.

Nos montamos y puse la radio sin pedir permios mientras él se incorporaba a la carretera. Divisé la sombra de una sonrisa divertida en la comisura de sus labios cuando comencé a tatarear la canción que sonaba de fondo. Al cabo de uno rato, abrí la ventana y saqué una mano al exterior. Su voz grave no tardó en unirse a la mía y acabamos por hacer el trayecto de ida cantando a pleno pulmón.

El sol aún no se había puesto y los últimos rayos de luz bañaban las calles de Los Ángeles. La temperatura seguía siendo muy agradable, por lo que agradecí haber optado por llevar un vestido finito para la ocasión.

Tras unos minutos, Peter estacionó el coche en una calle que estaba bastante concurrida. Nos pusimos una mascarilla antes de salir al exterior. 

— ¿Dónde estamos? — quise saber, cansada de tanto misterio.

— Te he traído a una de mis cafeterías favoritas de la ciudad.

Fruncí el ceño y lo observé con curiosidad.

— ¿Una cafetería?

— Sí — contestó, avanzando hacia el otro lado de la calle. Paró justo en frente de un local cuya entrada poseía un característico tono azulado—. En el Beachwood Café se prepara la mejor comida de Los Ángeles.

Cruzamos el umbral de la puerta. En el interior, el ambiente era distendido y ajetreado. Los azulejos del local eran amarillos y azules, y los camareros caminaban de un lado al otro con las bandejas repletas de comida. Se me hizo la boca agua.

Tras mostrar nuestro respectivo certificado COVID, fuimos conducidos hacia la única mesa libre del establecimiento. Agradecí que estuviera junto a una ventana. 

Escaneé el código QR que se encontraba sobre la mesa y le eché un vistazo al menú. Todo tenía una pinta increíble.

— Dispara — me apresuré a decir una vez hubimos pedido la cena. 

Peter carraspeó y esquivó la mirada. Su gesto tímido conjuntaba con los nervios que se reflejaron en el azul de sus pupilas.

— ¿Qué quieres saber?

— No juegues a hacerte el despistado conmigo —. Me incliné en su dirección y extendí las manos sobre la mesa —. Cuéntamelo todo —. Cogí aire antes de acribillarle a preguntas —. ¿Cómo la conociste? ¿Cómo se llama? ¿Cómo se gana la vida?

Reprimí una sonrisa al ver como un rubor casi impredecible se instalaba en sus mejillas.

— La conocí en un concierto de Labor a finales de 2019— susurró finalmente —. Se llama April y está estudiando psicología.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora