Capítulo 6

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Paseé la mirada por la habitación del hotel con los ojos completamente abiertos. La luz del sol de la tarde se colaba entre las rendijas de la cortina, iluminando tenuemente las sábanas blancas de la cama y el parqué del suelo.

Me quité los zapatos de un solo movimiento y suspiré al sentir mis pies desnudos contra la alfombra que había bajo la cama, que ocupaba gran parte del suelo.

Solté una risa extasiada cuando me tiré sobre el colchón, incluso más cómodo de lo que había parecido a simple vista. Cerré los ojos y hundí la cabeza en la almohada, con el corazón aún acelerado por la cerrera que había pegado desde la recepción del hotel hasta el tercer piso. Dentro de unos días, el establecimiento estaría ocupado por todos los invitados de la boda.

Me giré hasta quedar de espaldas y clavé la mirada en el techo, presidido por una impresionante lámpara de cristal.

— ¿Te gusta?

Abby seguía en el umbral de la puerta, a pocos metros de mi maleta. Emma estaba a su lado, pegada a una de sus piernas.

Me reincorporé sobre la cama hasta quedar sentada, con las piernas colgando, sin llegar a tocar el suelo. Alcé los brazos y tendí las manos hacia la pequeña, indicándole que se acercara con un gesto de muñeca. Pareció dudar antes de avanzar en mi dirección. Los rayos del sol jugaron entre los mechones de su pelo rubio entretanto se tambaleaba en mi dirección.

— Nos encanta — mascullé finalmente, tomando a Emma entre las manos y dejándome caer sobre el colchón de nuevo, alzándola para arriba y haciendo que quedara suspendida en el aire—. ¿Verdad, enana?

Ella no tardó en comenzar a sacudir los brazos y a reírse con ganas. Sus carajadas eran contagiosas.

Flexioné los brazos y la deposité sobre mi pecho, plantando un beso en su mejilla y acunando su espalda con la mano abierta justo después.

— Me alegra que te guste —replicó Abby, sentándose a mi lado y apoyando su peso sobre su brazo derecho —.  Y que te lleves tan bien con mi hija, también. Normalmente le cuesta bastante coger confianza con los desconocidos.

Senté a la pequeña sobre mi regazo y le acaricié la mejilla antes de acomodarla entre mis brazos.

— No soy una desconocida— comenté, encogiéndome de hombros y enfrentándola con la mirada —. Llevo viéndola a través de videollamada desde antes de que dieras a luz.

A pesar de la certeza de mis palabras, seguía sin saber que había hacho exactamente para ganarme su cariño. Había comenzado a seguirme por todos lados de la noche a la mañana. Me había desconcertado, pero mentiría si dijera que no me encantaba haberme convertido en su nueva persona favorita. Al menos, por del momento.

Clavé la mirada en la puerta que había en el otro extremo de la habitación y me encaminé hacia esa dirección con la niña en brazos. Al entrar, prendí la luz y encontré las pupilas verdes de Emma en el reflejo del espejo. Le saqué una lengua y ella me imitó. No dejaba de repetir todo lo que me veía hacer.

— Esta habitación es impresionante — no dudé en exponer, escuchando los pasos de Abby tras de mí.

— ¿Te gusta más que la habitación que tenías en casa de Ben?

Me mordí la lengua y crucé el umbral de la puerta, abriendo la mampara de la ducha e inspeccionando su interior para evadir su evidente escrutinio.

— Esta es más chiquitita — respondí finalmente, en un intento de disimular los nervios —, pero me gusta más.

Sus ojos permanecieron clavados en los míos durante unos segundos.

— ¿Todo bien con él?

No puede evitar soltar un suspiro sonoro y Emma hizo lo mismo. Había sabido que esa conversación llegaría desde el momento en el que nos vio en el baño hacía casi una semana. Habían pasado días desde mi última conversación con el aludido. Tras nuestra sesión de footing, me había estado evitando. Se limitaba saludarme y poco más. — Todo perfecto.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora