Capítulo 12

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Abrí la bandeja de entrada de mi correo electrónico y suspiré con frustración al comprobar que tenía más de cien solicitudes sin contestar. U.K and abroad weddings había crecido muchísimo en poco tiempo. Tras la COVID-19, el número de solicitudes para organizar bodas se habían multiplicado por diez.

— ¿Aún no te has puesto a contestar mails?

Me sobresalté y me giré, algo sorprendida ante la repentina interrupción.

— Selena — mascullé, viendo el reflejo de mi rostro en el cristal de sus gafas de pasta —, no ha dejado de sonar el teléfono en toda la mañana.

Conté interiormente hasta diez mientras mi encargada me observaba fijamente con los ojos entrecerrados.

— ¿Ya has hablado con Monic Weber? — prosiguió, y el tono amargo no abandonó su voz en ningún momento.

— Sí. Quiere que los ramos que van sobre las mesas de los invitados sean de color rojo; y que el altar esté situado en el exterior.

— ¿A pesar de las probabilidades de lluvia? — insistió.

Tuve que morderme el interior de la mejilla para calmar las ganas que tenía de enviarla a freír espárragos.

— Sí. Me ha dicho que quiere que habilitemos carpas por si acaso, pero que de momento quiere que lo organicemos así.

El teléfono comenzó a sonar. Sin embargo, mantuve el contacto visual. Su actitud, desafiante e irrespetuosa, me estaba comenzando a crispar bastante. Parecía que no hacía nada bien a sus ojos.

— ¿No vas a contestar? — espetó antes de encerrarse en su despacho.

Me tragué la rabia sin saber cómo y me puse el auricular del teléfono al oído.

U.K and abroad weddings, buenos días.

Colgué la llamada tras unos minutos. Sin perder tiempo, cogí mi bolso y caminé hacia la puerta que había al otro extremo de la estancia. Sally levantó la mirada y me observó con el ceño fruncido. Supuse que había escuchado la conversación que había mantenido con mi jefa.

— ¿Vamos? — inquirí, ignorando su escrutinio.

Se levantó de su asiento y comenzó a ponerse la chaqueta.

— No sé cómo aguantas que te trate de esa forma — la escuché susurrarme, por lo que solté un bufido que denotaba irritación.

Caminamos hacia el ascensor que había al final del pasillo y clavé mi mirada en el espejo. Tenía ojeras y estaba extremadamente pálida. Tan solo hacía una semana que había regresado a Londres. Sin embargo, ya no quedaba ni rastro del leve bronceado que había adquirido gracias al sol de Los Ángeles.

— Lo aguanto, porque me pagan por ello. A fin de cuentas, me contrataron para que fuera su ayudante— dije cuando las puertas del ascensor se cerraron y este comenzó a descender.

— No te mereces que te hable así—. Posó la mano en mi hombro y me dio un leve apretón —. Yo que tú, pediría un aumento de sueldo.

Sonreí y me mordí el labio inferior. Las puertas del ascensor se abrieron y abandonamos el edificio. Oxford street estaba a rebosar a esas horas. Era hora punta, el descanso del almuerzo.

— No puedo pedir un aumento de sueldo hasta que lleve seis meses.

El cielo estaba encapotado, pero al menos ese día aún no había llovido. Entramos en un callejón y nos dirigimos hacia un local al que solíamos ir a menudo. Hacían unas ensaladas que estaban de muerte y estaba muy bien de precio.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora