Capítulo 38

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El público enloqueció al ver como Marc caminaba hacia el centro del escenario, sujetando la guitarra y rasgándola con una expresión de innegable júbilo en la cara. Al llegar a la altura de Ben, se dieron la espalda, se apoyaron el uno en el otro y siguieron tocando de forma compenetrada.

Ese era el último concierto que la banda daría en Europa. Al menos durante ese año.

A mediados de noviembre comenzaríamos a recorrer Estados Unidos y Canadá hasta finales de diciembre. Luego, continuaríamos con el resto de Europa y Latinoamérica. Aun así, la nostalgia flotaba en el ambiente. A fin de cuentas, cada concierto era único, algo que no se volvería a repetir jamás.

—Lo que les gusta a estos dos dar un buen espectáculo — comentó una divertida Abby a mi lado. Estábamos disfrutando de la música desde el backstage —. Iré a ver a Emma. Será mejor que la despierte.

—Ya voy yo — me apresuré a decir, tomándola de la mano y proporcionándole un leve apretón antes de levantarme —. No te muevas.

Me marché antes de que tuviera la oportunidad de contestar. Las ojeras bajo sus ojos evidenciaban su cansancio. La enana no les había puesto las cosas demasiado fáciles últimamente.

Intenté entrar en el camerino haciendo el menor ruido posible. La única luz que alumbraba la estancia era la de una lámpara de silicona portátil en forma de unicornio que Abby había dejado estratégicamente junto al cochecito.

Me incliné levemente y no pude evitar sonreír al descubrir a Emma profundamente dormida. Respiraba de forma acompasada y yacía abrazada a su peluche favorito. La zarandeé con cuidado y sus ojos se abrieron casi al instante.

—Es hora de despertarse — musité antes de cogerla en brazos —. Tenemos que conseguir que te mantengas en pie un par de horas más o esta noche no habrá quien te acueste, señorita.

Se acurrucó contra mi pecho y suspiró sin hacer el menor intento de desperezarse, por lo que opté por pellizcarle la mejilla de forma juguetona. Sus pupilas verdes se encontraron con los mías y le dediqué una sonrisa divertida.

—¿Quieres que vayamos a ver a Benny? — le pregunté a sabiendas de que aquello evitaría que se volviera a dormir.

Tal y como había previsto, sus ojos se abrieron como platos, estiró los brazos para arriba y soltó un alarido de emoción.

Sin perder más tiempo, abandoné el camerino con ella en brazos y caminé hacia el escenario. Reconocí la melodía que estaba sonando como la del último tema del repertorio de la noche.

—Ha sido un placer tocar para vosotros esta noche, París —intervino la rasgada voz de Ben, provocando un grito compenetrado por parte de los espectadores —. Nos veremos pronto. A bientôt!

Tras alargar el tema unos segundos a base de acordes de guitarra, Roger cerró la canción golpeando la batería con decisión y ritmo. Entonces, las luces del estadio se apagaron y los chicos abandonaron el escenario.

Aún a oscuras, sentí unos brazos cernirse alrededor de mi cintura y una risa nerviosa brotó de mi garganta.

—Mis chicas — me susurró Ben al oído antes de besarme en los labios.

Las luces se volvieron a prender y Emma se aferró a la camiseta que llevaba su tío.

—Sois tan monos que me dais ganas de vomitar arcoíris — soltó Marc al vernos, y se me aceleró el pulso.

—No me hagas hablar — replicó el aludído, soltándome para coger a su sobrina en brazos y plantarle un beso sonoro en la mejilla.

Alcé la mirada y descubrí que Roger y Royce tenían la mirada puesta en nosotros.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora