Capítulo 34

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—¡Mierda! — exclamé tras ver la hora que marcaba el reloj —. Despiértate. Vamos muy tarde.

Ben se frotó los ojos y me observó con confusión, evidentemente soñoliento.

Abandoné la cama e ignoré el frío de la mañana mientras me dirigía al baño y me limpiaba la cara con agua fría. Cuando regresé, él seguía entre las sábanas.

—¿Qué hora es? — preguntó.

—Tarde — exclamé, echando otro vistazo a mi móvil. Al menos aún no tenía ninguna llamada perdida —. El bus para Ámsterdam saldrá exactamente en cinco minutos.

Mientras hablaba, se había incorporado levemente y ahora permanecía de rodillas sobre el colchón, recorriendo mi desnudez con el reflejo del hambre presente en sus pupilas. Alzó la mano y rozó la piel de mi vientre de forma premeditada.

—Puedo hacer que te corras en mucho menos.

Ignorando el temblor fruto de sus palabras, le di un manotazo juguetón y me puse a buscar ropa limpia en mi maleta.

— Nos hemos quedado dormido precisamente por no dormir las horas suficientes — espeté —. Vístete si no quieres que tengamos que dar explicaciones.

Se carcajeó y se burló del sonrojo en mis mejillas. Sin embargo, se levantó y se puso la ropa que había llevado la noche anterior. 

—No me importaría tener que dar explicaciones — me dijo una vez vestido, ya con su maleta en una mano y una sonrisa irresistible en los labios.

Una asfixiante sensación de vértigo se instaló en mi pecho y contuve el aliento al comprender la magnitud de su declaración.

—¿Vamos? — fue lo único que logré formular, abrumada ante la idea de explicarle a los miembros del equipo aquello que estaba pasando entre nosotros. Ni siquiera yo sabía que etiqueta ponerle.

Asintió y me tranquilizó ver que no indagaba más en el asunto. 

Abandonamos la habitación y caminamos hacia el ascensor. 

—Buenos días — nos saludó Marc, que también estaba esperando. Le devolvimos el saludo e ignoramos la sonrisa socarrona que delineaba sus labios —. No os he visto esta mañana en el desayuno.

Me tensé y clavé la mirada en el suelo, dejando que mi pelo creara una cortina que me cubrió mi rostro, manchado por la confusiòn. Jamás me habían incomodado ese tipo de comentarios. Sin saber porque, esa mañana me sentía extremadamente vulnerable. 

—Ni una palabra más, tío — le susurró Ben a modo de advertencia, y se lo agradecí profundamente.

******

—Ahora que los últimos han llegado, podemos marcharnos — espetó Mia, no sin dirigirnos una mirada de reproche a los tres.

Entonces, el vehículo arrancó y la mayoría de los presentes se disiparon hacia sus cabinas para dormir durante las más de seis horas de trayecto.

—¿Tienes hambre? — me preguntó Ben, y mi estómago rugió como respuesta. Ahogó una sonrisa—. Ahora vengo.

Decidí esperarlo en la sala de estar. Tomé asiento en el sofá y me alegró que Abby también estuviera ahí.

Al verme, Emma soltó un alarido de emoción y extendió los brazos hacia mí, por lo que la cogí y le deposité sobre mi regazo.

—Me muero de sueño — se quejó mi amiga —. Pero hasta que este pequeño demonio no decida que es hora de dormir, no me puedo acostar.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora