Capítulo 37

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Era como si hubiera viajado atrás en el tiempo. Todo en ese lugar me transportaba a años atrás, a la niña que había sido cuando lo había visitado por primera vez con mis padres y mi hermano, cuando aun éramos una familia.

Tras montarnos dos veces seguida en It's a small worls habíamos explorado el parque a fondo. Sus puertas habían abierto poco después, por lo que habíamos acabado haciendo un buen rato de cola para visitar Peter Pan's Flight. Había sido tal y como lo recordaba.

Al acabar, habíamos parado en una tienda souvenir y me había comprado unas orejas de Minnie mouse ante la divertida mirada de Ben. Justo después, decidimos caminar hasta Frontierland.

Divisé el cartel al cabo de pocos minutos y detuve mi paso. Me ajusté las orejas de Minie y me volteé en dirección a Ben, que me seguía con las gafas de sol puestas y las manos en los bolsillos. Era imposible no intuir la sonrisa en sus labios incluso a través de la mascarilla.

—¿Te apetece comer algo? — sugirió cuando estuvo a mi altura.

Mi estómago rugió nada más escuchar su pregunta. Eran más de las doce y no habíamos desayunado en condiciones. 

Estudié mi alrededor con entusiasmo y descubrí el letrero de un restaurante no muy lejos de donde estábamos. El hecho de que su nombre estuviera escrito en español picó mi curiosidad y me acerqué con paso decidido.

Fuente del oro — leyó Ben justo detrás de mí. Lo enfrenté justo cuando se acababa de quitar las gafas de sol —. ¿Te gusta la comida mexicana?

Me encogí de hombros.

—Me va bien mientras no sea muy picante.

Entramos en el restaurante y ocupamos una de las mesas. Por suerte, el camarero no tardó demasiado en apuntar nuestro pedido.

—¿Entonces, Peter Pan es tu película de Disney favorita? — me preguntó cuando estuvimos a solas, con los codos apoyados sobre la mesa y la cara entre las manos.

Se había quitado la mascarilla y la incipiente barba que cubría su rostro le daba un aire irresistible.

—No —repliqué después de dar un sorbo generoso a mi refresco —, es Alicia en el país de las maravillas —. Un flash de sorpresa se apoderó de su gesto —. Cuando éramos pequeños mi madre nos solía leer un capítulo de una novela antes de ir a dormir — confesé con timidez —. Me encantaba la de Alicia en el país de las maravillas. Cada noche me iba a dormir con el deseo de conocer al conejo blanco o al sombrereo en mis sueños. 

El camarero nos trajo la comida y se me hizo la boca agua. Le hinqué el diente al taco y ahogué un gemido de placer.

—Supongo que no es picante — se carcajeó Ben ante mi reacción.

Negué con la cabeza y me limpié la boca con una servilleta. 

—Tiene el punto, pero es comestible — acabé contestando —. Me moría de hambre. 

Se metió un nacho en la boca y pareció dudar antes de seguir con nuestra conversación.

—Has dicho que tu madre os leía antes de ir a dormir — masculló —. ¿Qué más os leía a parte de Alicia en el país de las maravillas?

—De todo un poco —. Dejé el taco en el plato y tomé un trago del refresco —. Cuentos infantiles de todo tipo. 

—Tengo curiosidad por saber cómo son tus padres — dijo como si nada, y yo abrí los ojos como platos —. Parecen majos.

—Lo son — convine con rapidez —, aunque lo que sucedió los cambió completamente —. Me arrepentí inmediatamente al intuir un atisbo de preocupación en sus pupilas. Carraspeé —. ¿Tus padres no os leían?

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora