Capítulo 8

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Me obligué a respirar de forma controlada unas cuantas veces mientras lo veía arrodillarse delante de mí e inspeccionar mi rodilla magullada con sumo cuidado. Sentí el fuego en la base de mi vientre, chispazos en forma de toque de atención que hicieron que me levantara de golpe y pusiera entre nosotros la distancia que consideré oportuna.

A continuación, fruncí los dedos hasta formar un puño con las manos y me abracé a mí misma cuando recordé que estaba en ropa interior delante suya. Me había visto con menos ropa otras veces, pero en esa ocasión me sentí completamente desnuda ante el escrutinio de su mirada. 

Pareció notar mi incomodidad, pues sus electrizantes ojos abandonaron mi cuerpo y avanzó torpemente hacia la hamaca en la que estaban mis cosas. Tras coger mi vestido, regresó y me lo entregó sin establecer contacto visual.

Me enfundé en la tela a una velocidad vertiginosa, notando el ardor de la furia invadiendo todas mis terminaciones nerviosas, el calor de la rabia subiéndome desde el estómago hasta llegar a mis mejillas en forma de sonrojo.

— ¿Qué estás haciendo aquí? 

Carraspeó y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones, enfrentándome de nuevo con la mirada, embargada por un sentimiento que no supe interpretar.

— Estaba aquí mucho antes de que tú y tu amiguito llegarais.

Entrecerré los ojos al percibir la acidez con la que hablaba.

— Se llama Peter; sabes perfectamente cómo se llama —. Resopló y negó sutilmente con la cabeza —. ¿Qué te pasa?— espeté, chasqueando la lenga —. ¿No lo pillas? No quiero tu compañía, no me apetece ser tu amiga ni nada por el estilo. Así que haz el favor de deja de seguirme a todos lados.

Abrió los ojos con sorpresa y sentí algo de culpa al intuir que había tocado su fibra sensible. Tragué saliva en un intento de mitigar el torbellino de emociones.

— No mentías cuando dijiste que habías cambiado —. Hizo una pausa mientras me seguía observando como si aquella fuera la primera vez que lo hacía —. No quise interrumpir vuestro momento. Parecíais muy entusiasmado haciendo planes de futuro. Creí que si me hacía notar la situación sería muy incómoda. No quise ponerte en esa tesitura.

Mantuvo los ojos fijos en los míos durante unos instantes. Escudriñé sus facciones en busca de respuestas, algo a lo que agarrarme para que el enojo que sentía en esos momentos no se transformara en piedad, o en algo incluso más peligroso.

— Escuchar conversaciones ajenas es de mala educación, Hardwicke — acabé por decir, algo más relajada y dando un paso al frente.

Entreabrió los labios cuando escuchó el apelativo que había utilizado para dirigirme a él.

— ¿Desde cuándo soy Hardwicke para ti?

También dio un paso al frente, y solté un bufido exasperado.

— Siempre lo has sido.

Dio otro paso al frente. Se me puso la piel de gallina cuando capté su fragancia en el aire, la calidez que desprendía su cuerpo. Recorrí su rostro con avidez, sin aire en los pulmones y el pulso acelerado. Lo vi tragar saliva y me mordí el interior de la mejilla. Pareció dudar antes de alzar la mano y rozar las puntas de mi pelo con la yema de los dedos.

— Estás empapada — susurró, con la voz queda y contenida, respirando de forma irregular —. Odias estar empapada.

— No odio estar empapada— repliqué tras carraspear, recordando todas aquellas veces que habíamos mantenido una conversación similar en el pasado—. No me gusta que me mojen.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora