Mientes, padre | 39

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Registró la hora en su reloj. La casa estaba a oscuras, silente en su totalidad.

Se despojó de las sábanas y desplegó su brazo hasta destrabar la puerta del balcón.

La noche la esperaba, y algunas estrellas titilaron para ella cuando se inclinó en el barandal.

—¿Qué haces, Marinette?

—Nada, nada.

—¿Estás bien?

—Sí, Tikki, solo no puedo dejar de pensar en lo que hablamos con el Maestro Fu ayer. Adrien estuvo muy callado todo el día.

—Sí, lo noté.

—Creo que debería ir a verlo.

—Vamos, si quieres.

Regresó a la habitación para transformarse, y en breves segundos saltaba en compañía de las correntadas de viento.

Cruzó la ciudad entre luces y sombras, hasta que vislumbró la gran mansión. Al acercarse, ubicó el ventanal del cuarto de Adrien. Estaba a oscuras, como el resto de las ventanas.

Bajó con ayuda de su yo-yo y tocó el vidrio.

Un Adrien algo somnoliento se distinguió saliendo de la oscuridad y corrió a abrir el panel.

—¿Marinette? ¿Qué haces aquí?

—No podía dormir —explicó, entrando.

—Tampoco yo.

—¿Aún no dejas de pensar en lo de tu padre? —preguntó, y corrió unos mechones de cabello dorado.

—No...

Tomaron asiento sobre la cama para estar más cómodos.

—¿Qué sientes?

—No lo sé. Me molesta que nunca me haya dicho que fue portador. Aunque, por otro lado... sé que es imposible. Su identidad era secreta y él tampoco sabe la mía.

—Sí, no hay forma de que te lo diga.

—Pero estoy pensando preguntarle.

—¿Qué?

—Sí. Puedo llevarle el libro y preguntar qué significa lo que escribió. No necesita saber quién soy ni que conozco al Maestro.

—¿Estás seguro de que no meterás la pata?

—Trataré de no hacerlo. Tú lo dijiste, ¿qué otra opción nos queda?

—No lo sé. ¿El Maestro estaría de acuerdo?

—Pues... prefiero no saberlo. Esto es algo que debo hacer, entre mi padre y yo.

Asimilar la última frase los dejó callados.

—Tengo muchas dudas con lo que dijo después sobre los otros portadores. ¿Hubo otros héroes no mucho antes que nosotros?

—Así parece —respondió él.

—Tal vez tu padre sepa algo. Digo, como también fue portador...

—Nosotros lo somos y ni enterados estábamos de esto.

Touché.

—Mañana a primera hora me armaré de valor y le preguntaré. Necesitamos respuestas.

Una mirada cómplice selló el plan.

—Bueno, ¿qué te parece si nos vamos a dormir?

—¿Aquí?

—¿No quieres que me quede?

—No, claro, sí, obvio. Quédate. Ponte cómoda.

Ambos se desplazaron al inicio de la cama y se envolvieron en las sábanas.

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora