Noche de confesiones | 16

2.5K 204 492
                                    

Ahí estaban. Uno a cada lado de la mesa.

Hacía media hora que habían pronunciado la última palabra. Observaban callados a su alrededor en busca de algo que pudiera iniciar una conversación. De vez en cuando se sonreían incómodos. Pero no era una incomodidad cómplice e inocente, sino abrumadora, indeseable. Ninguno sabía cómo salir de ese silencio agobiante.

Marinette no dejaba de jugar con el extremo del mantel. Trataba de dispersar su aburrimiento y desilusión pasando la tela blanca por sus dedos, pero era en vano. No podía dejar de lamentar que su cita con Adrien, la que tanto había esperado, anhelado, soñado... ahora le provocaba una frustración insoportable.

Pero eso no era lo único que perturbaba sus pensamientos: no sabía con qué cara le revelaría su identidad al día siguiente. Porque sí, el paso ya estaba cumplido; las cartas ya habían acabado. Ella debía poner su parte lo antes posible, no podía dilatarlo más. Iba por un camino sin salida, y no tenía forma de detenerse.

Adrien tampoco la estaba pasando bien. No sabía por qué Ladybug le había pedido algo semejante, que no ayudaba en nada. Por el contrario, le hacía pensar en lo mucho que le gustaría estar con ella, ver su rostro del otro lado de la mesa, el que ahora ocupaba Marinette.

También sentía culpa por verlo de ese modo. Su amiga estaba aburrida y era notorio, le estaba haciendo pasar un mal rato. Después de todo, ella no era culpable de sus malentendidos con Ladybug.

—Qué... linda noche, ¿no? No hay viento y la temperatura es agradable —comentó, para terminar con ese silencio y animar a la chica que, al fin y al cabo, era su cita.

—Sí, está agradable —respondió, sabiendo que aquella conversación no llegaría muy lejos.

—¿Disfrutaste la comida?

—Sí, estaba perfecta. Este es... un muy buen restaurante. ¿Y tú?

—Lo mismo —concluyó Adrien.

Buscaba desesperado decir algo más para que la charla fluyera, pero nada surgió. La comida, el clima, ¿la escuela? Todos temas banales y vacíos.
Sus labios volvieron a quedarse quietos. Tal vez lo mejor era llevarla a su casa y acabar esto, era evidente que no funcionaría.

—Tengo que ir al baño un momento —avisó ella de repente.

—Claro, te espero.

Tomó su pequeña cartera blanca y caminó entre las mesas y los camareros hasta perderse de vista.

En los minutos de espera, Adrien se dedicó a observar los otros comensales. Había familias con niños pequeños, un grupo de amigos cantándole la canción del feliz cumpleaños a uno de sus integrantes, parejas sonriendo, tomando vino y hablando con total naturalidad.

Mirando el asiento vacío que estaba en frente suyo, repasó los hechos hasta ese momento. Había reservado uno de los mejores restaurantes, la había recogido de su casa, le había dicho que lucía espléndida. Y sin embargo, nada parecía suficiente.

Tal vez se debía a que lo había hecho sin ilusión. La única motivación de planificar esa cena era la carta de Ladybug. Quería completar el último paso lo antes posible: era lo único que le impedía conocer a la chica con la que siempre había soñado, y por eso lo detestaba.

Al oírse pensar eso, su conciencia lo castigó de inmediato. Era obvio que Marinette no merecía esto, siempre había sido generosa y de lo más comprensiva con él. Lo ayudó a escabullirse al sótano de su casa, lo animó a tocar el piano, le elogió cada virtud que poseía. Así era ella: siempre veía lo mejor de cada persona. Incluso estaba intentando llevarse mejor con Chloe por él. Hacía grandes esfuerzos por sacar lo bueno de sus palabras afiladas y transformarlas en un cumplido o algo bonito, para evitar cualquier pelea y apaciguar el ambiente.

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora