Notas de casillero | 30

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—¡El desayuno!

Marinette había oído varias veces un grito como ese, que la llamaba a desayunar, pero su subconsciente no podía dilucidar si era parte del sueño o la realidad que le ordenaba despertar.

—¡Llegarás tarde otra vez! —escuchó con mucha más nitidez, precedido de algunos golpes en la puerta.

Abrió los ojos, enterándose de que ya era de día.

—¡Ya voy! —avisó, parándose de golpe.

Se quitó la camiseta del pijama mientras bajaba las escaleras para ahorrar tiempo, con algunos tropiezos. Luego, a oscuras, se vistió para la escuela.

Tikki se apresuró a meterse en su mochila y bajaron a la cocina, donde el resplandor de las ventanas la encegueció.

—Vaya. ¿Es de día? Cuánta luz —susurró a medio dormir, refregánfose los ojos.

Sabine la recibió con una caricia en el pelo.

Se sentó en la mesa y dejó que el aroma a pan recién horneado moviera su apetito.

—Cariño, ¿crees que podrías ayudarnos hoy?

—C-claro... ¿qué necesitan? ¿Debo atender la tienda?...

—Nos ayudaría mucho si pudieras hacerlo en la tarde, mientras horneamos un pedido de evento.

—Descuida, mamá... lo haré.

—Gracias.

Apoyó la cara en la mesa mientras esperaba el desayuno.

—Hija, termina de despertarte. ¿Otra vez te dormiste tarde?

Marinette solo suspiró. Su mente merodeaba por cualquier parte menos la cocina, y el hecho de que ya no era de noche. Los besos de Adrien todavía quemaban su memoria y permanecían en sus labios.

—No debes quedarte hasta tan tarde diseñando. ¿Al menos terminaste el vesitdo?

—¿Q-qué vestido?

—El de la fiesta de Jagged.

—¡Ah! Ese... No lo recuerdo. ¿Creo?...

Le apoyaron el plato frente a los ojos y se sentó para darle un mordisco a su desayuno.

—Está delicioso, mamá —dijo, ya un poco más despierta.

—Buenos días, familia —saludó Tom al entrar.

—Hola, papá.

—Sabine, no te preocupes. Es mi turno de lavar los platos. Tú ve a cambiarte —ofreció—. Marinette, ¿llevas el periódico?

—¿E-el periódico?

—Dijiste que debías llevar uno para la clase de hoy.

—¡Ah, casi lo olvido! —exclamó, lista para salir corriendo a su habitación.

—Aquí está —la detuvo Sabine con los papeles en la mano—. ¿En qué piensas, Marinette?

—Oh, eh, en nada, mamá. Ya sabes que soy distraída.

—Sí, pero hoy más que nunca —dijo con su mirada penetrante, mientras ambas sostenían el periódico.

—Eh... como sea, creo que... ya debo ir a la escuela —interrumpió nerviosa y lo guardó en la mochila —Adiós, vuelvo temprano.

Cerró la puerta, lo que hizo sonar la campanilla. Cruzó la calle y vislumbró a su amiga esperándola en la puerta como todas las mañanas.

—Buenos días, Alya —saludó con la mano.

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora