Reencuentro | 24

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Adrien bajó las escaleras con una expresión de hielo, todavía un poco perturbado por el recuerdo de ese día. Encontró a su padre parado firme frente a la puerta, con las manos cruzadas en la espalda. Vestía un saco color tiza y una corbata roja metalizada. Nadie podía negar que era un experto en moda.

—Veo que te vestiste adecuadamente —comentó, inspeccionando a su hijo.

—Pantalones negros, chaleco, camisa. Lo que me habías pedido.

Gabriel asintió con la cabeza como aprobación. Apoyó la mano en la espalda de su hijo y volvió su vista al frente, preparado para iniciar la junta.

Apareció Nathalie por la puerta del comedor, con el teléfono junto al oído.

—Perfecto. Sí, lo comentaré al terminar la reunión. Hasta luego —cortó—. ¿Quiere que los haga pasar?

—Por favor.

Se abrió la puerta y una fila de hombres de traje y mujeres de sobria vestimenta se escurrió en la sala. Todos lucían muy grises y serios. Se llevó una sorpresa al ver una nota de color entrar en último lugar; una cabellera naranja intensa.

Uno por uno fueron llegando y estrecharon manos con Gabriel. Luego se reunieron en círculo y comenzaron a intercambiar saludos cordiales entre todos.

Adrien estiró el cuello, buscando a Laurélie entre los diseñadores. Al encontrarla, la saludó con la mano y le dedicó una sonrisa.

—¿Qué haces, hijo? —preguntó su padre, con una mano en su hombro.

—Ah, es que...
dijiste que vendrían diseñadores. Pero vi a una chica...

—Ah, sí, dejé que viniera porque Nathalie me dijo que eran amigos, te vio hablar varias veces con ella.

—¿N-nathalie?

—Es la hija del señor Di'Tella, me pareció buena idea que se conozcan mejor. Me sugirieron incluirla como modelo en alguna campaña.

—Ah...

—¿Qué opinas, te gusta?

—N-no, no me gusta. Es decir, es linda... pero no sé...

—La idea, Adrien.

—¡Ah! Sí, sí, es una idea fantástica. Bueno, creo que iré a saludarla.

Se acomodó el chaleco y pasó la mano por su corbata. Quería estar impecable, no podía presentarse estando desarreglado. Se acercó caminando, un poco nervioso, y se detuvo frente a ella.

—Hola, Adrien. Te ves muy elegante hoy.

—Ah, eh, gracias.

—No me recuerda mucho al día que te conocí en el taller, cuando tenías jeans y cadenas... Pero me gusta cómo te ves así.

—Tú también te ves... linda. No sabía que vendrías, pensé que pasaría unas horas muy aburridas.

—Lo sé, siempre soy una sorpresa. Oye, no creo que podamos divertirnos mucho aquí. ¿Por qué mejor no vamos a tu habitación?

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora