Leyendo al amanecer | 36

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—Marinette.

Oyó el llamado, lejano. Algo suave pero persistente.

—Marinette, despierta —susurró Adrien.

Abrió los ojos y vio su mano sobre el pecho del chico, y reconoció que estaban durmiendo en su sillón.

—Ah, ¿qué? Está... amaneciendo.

—Lo sé, es temprano. Es que no podía dormir.

—¿Y por eso me despiertas?

Ella sonrió y sintió unas caricias en el cabello.

—No te despertaría por eso. Tengo que decirte algo.

—¿Qué sucede?

—Es que... no puedo dejar de pensar en... una cosa.

—Dímelo, si quieres.

—Es complicado. Quiero que prometas que mantendrás la calma.

Marinette alzó la cabeza para verlo, preocupada, y luego se sentó, al igual que él.

—¿Qué es? ¿Qué está pasando?

—No te asustes, no es nada... urgente. ¿Recuerdas el día que viniste aquí y fuimos al sótano?

—Ah... sí, sí, lo recuerdo.

—¿Recuerdas que buscamos fotos? Y que... encontramos un... cuaderno —dudó, jugando con sus dedos.

—Eh... un cuaderno de tu padre, ¿cierto?

—Sí. Bueno, hay algo que no te dije. No es nada seguro, pero he estado dudando...

—¿Es algo malo?

—No, no. También hablé con Plagga sobre esto... Es que, no quiero pensar algo así, pero...

—Adrien, ya dímelo.

El chico comenzó a jugar con sus dedos, y luego la miró a los ojos.

—Creo que mi padre tuvo un miraculous.

Que el señor Agreste... ¿había tenido un qué? ¿Gabriel Agreste, qué? La noticia la había dejado en silencio e inmovilidad. ¿Era posible? La única información con la que contaba era esa última frase de Adrien, y era suficiente para empezar a imaginar de forma descontrolada.

—C-cómo... ¿cómo que tu... padre tuvo un miraculous?

—Bueno, eso es lo que creo. En realidad, no lo sé.

—Es que... No, no entiendo. Ponme en contexto. ¿Qué leíste? ¿Qué dice el cuaderno?

—Era su diario de cuando era joven. En una página menciona que, además de estudiar, tener un miraculous le quitaba tiempo libre.

Los pensamientos de Marinette comenzaron a desordenarse, y su pulso aceleraba ahora que ya sabía que estaba escrito explícito.

—Ya recuerdo que tu cara se tornó pálida por alguna razón ese día. Ahora sé por qué.

Ambos permanecieron en silencio. Sus mentes trabajaban de a poco.

—Trae el cuaderno.

Adrien se paró del sillón y se dirigió a su escritorio. Luego regresó con el objeto.

Lo apoyó en medio de ambos y Marinette se animó a abrirlo.

—Imposible que yo entienda esto. Si queremos pensar en algo, tendrás que traducirlo.

—Sí, déjame ver.

—No hace falta que me leas los detalles, solo las partes donde habla sobre...

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora