Un pianista encantador | 5

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Marinette cerró la puerta del baño y apretó sus puños en una sonrisa.

—No puedo creer que esté usando el baño de Adrien —susurró, observando todo a su alrededor.

Los azulejos blancos relucientes, el espejo con repisa y el frasco azulado de colonia que usaba a diario. No quería tocar nada, para no abusar y entrometerse en la privacidad del chico.

—Parece que a Adrien sí le importas, ya cumplió el primer paso.

—Sí, ¿puedes creer que haya hecho todo esto por mí? —dijo con ternura— Trataré de pasar todo el tiempo que pueda con él. Y mañana, podré saber lo que Chat Noir piensa sobre sus amigas, incluyéndome a mí.

—Es uno de tus mejores planes, ¿eh?

—Por ahora no tiene fallas... Pero tengo que pensar muy bien los otros pasos —se advirtió a sí misma mientras abría la canilla.

Enjuagó la bebida pegajosa de su piel y alzó la cabeza hacia el espejo. Estaba conforme con el maquillaje que se había hecho, y se sintió satisfecha consigo misma por haber elegido el color favorito de Adrien —de pura casualidad— y haber confiado en su gusto.

Mientras tanto, Chloe tocaba los botones y controles de los videojuegos —que no sabía manejar— para entretenerse. Había quedado a solas con Adrien, quien no estaba muy cómodo con la situación.

—Esta es una gran fiesta, Adribú.

—Oh, gracias, Chloe.

—¿Y por qué decidiste hacerla, de la nada?

—Pues... quería divertirme un día con mis amigos, ¿no?

—Tienes razón, yo también quiero divertirme con mis amigos... —pensó en voz alta— Podría invitarte, sólo a ti.

—¿Sólo a mí? Pero sería algo... aburrido si sólo fuera yo.

—¿Por qué dices eso? Sabes que me divierto contigo, tal como cuando éramos niños.

—Eh... —dudó. Varias imágenes le volvieron a la mente.

Adrien y sus padres siempre visitaban a los Bourgeois. Hacían reuniones, cumpleaños y hasta viajes juntos. Razón por la que él pasaba mucho tiempo con Chloe, la hija del matrimonio, quien tenía su misma edad.

Un domingo por la tarde, se encontraban en la habitación de la niña. Adrien siempre dejaba que ella eligiera el juego. De no ser así se pondría triste y le diría a su papá que él ya no quería ser su amigo. Y no quería que eso pasara.

Chloe tenía una casa de muñecas, y sólo dos tenían permitido vivir en ella.

—Este se llama Adrien —dijo la pequeña, sosteniendo el único muñeco varón que tenía. Casualmente su cabello era dorado, como el suyo.

¿Y cómo se llama esa? —preguntó, señalando una muñeca con coleta.

Chloe —respondió.
Con nueve años, hasta él había comprendido lo que intentaba decir.

Igual que tú.

Así es. Ellos dos viven en la casa y son muy felices. Mira, tienen un perro. Nosotros viviremos en una casa así cuando seamos grandes. ¿No, Adrien?

Eh, eso creo...

Es hora de irnos, cielo —llamó Emilie, para el alivio del niño.

Nos vemos mañana, Chloe —se despidió y corrió a abrazar a su madre.

Esa había sido la primera señal que Chloe le había dado, y le resultaba muy difícil olvidarla.

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora