I

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Un trago de aire fresco e intenso y seguí corriendo, ¿de qué?, ¿de quién?, ¿por qué?, solo quería seguir el ritmo de la pelinegra mientras ella seguía subiendo la montaña a pasos agigantados como si ella fuera portadora del don de super salto, cuando era todo lo contrario. De igual manera no quería dejar que me ganara.

—¡Qué lento eres! .—grito ella sin parar de subir la montaña.

Me digne solo a gruñir entre dientes y aceleré el paso, tratando de seguir su ritmo. Me apoyé de unas lianas y como pájaro empecé a volar sobre ella, cogiendo una, y otra, y otra liana, por fin sobrepasandola.

—¡Qué lenta eres! —grite haciendo una imitación casi perfecta de ella. Solo recibí un gruñido de su parte como respuesta, dando a entender que el paseo por la montaña terminó siendo una competencia como el resto de veces que salíamos a "dar paseos" y terminaban en carreras.

Y obviamente, el ganador fuí yo, aunque fue casi un empate ya que ella llegó casi al mismo tiempo que yo a la cima de la montaña.

—¡Eres un tramposo! —dijo entre jadeos tratando de recuperar la respiración.

—No pusiste reglas... —mencioné también jadeando por el cansancio.— así que columpiarse por las lianas no cuenta como trampa.

Ella se incorporó, y aún con la respiración agitada se acercó a mí a una distancia bastante reducida, haciendo que abra mis ojos en par en par y sonrojado mis mejillas por la poca distancia entre nuestros rostros. Pero cuando no podíamos estar más cerca, sentí dos manos en mi pecho llevándome directamente al pasto, generando en la niña unas carcajadas.

—Eso no cambia que eres un tramposo Camilo. —dijo para luego cruzarse de brazos.

Me limité a reírme y tratar de incorporarme para tomarla de las manos y traerla conmigo al pasto, comenzando así una guerra de cosquillas y muchas risas. De alguna manera terminé sentado sobre ella, con mis manos en sus axilas, sin dejar de mover mis dedos. ____ solo se estremecía por las cosquillas y pedía a gritos que parara porque ya no soportaba, y lo hice, pero se efectuó su venganza. Ahora era ella la que estaba sobre mi y sus pequeños dedos se metían debajo de mi camisa, casi que arañando mis costados, pero yo era más débil y no podía dejar de estremecerme, igual que ella hace unos momentos.

—¡Ya... por favor... para! —dije entre risas, o al menos lo intente.

—¡Tu empezaste! —dijo sin parar de escabullir sus manos entre mi ropa.

—¡En serio para... ____! —trate de decir lo más enojado posible, pero ella se echó a reír. Al menos dejó de hacerme costillas, pero aún así no se bajaba de mi regazo.

Nos miramos por unos segundos en lo que ambos recobrabamos el aliento. Estábamos muy cerca, casi podía hacer un movimiento y chocar nuestros rostros, pero ella fue rápida, soltó una pequeña risa, me empujó y se levantó para sacudirse el vestido morado que ella tanto amaba, para luego comenzar a caminar en una dirección equis. Casi al instante imite sus movimientos y la seguí.

Ella me miró y con una sonrisa en sus labios, envolvió sus brazos al rededor de mi cuello y me hundió en un calido abrazo.

—¿Qué hacemos ahora novio? —preguntó sin alejarse de mi.

—Lo que usted mandé mi novia. —respondí alejándome muy poco, para plantar un beso en su suave mejilla.

Ambos reímos, nos miramos y chocamos nuestras frentes sin dejar de mirarnos. Ella era tan especial que lo que fuera que ella eligiera yo la seguiría sin dudar. La pelinegra se alejó unos centímetros y me miró atentamente, como pensando en que decirme; mordió ligeramente su labio inferior y llevó a su mentón su dejó índice y pulgar.

A tus brazos. Camilo Madrigal. Where stories live. Discover now