VIII

6.7K 751 761
                                    

-¡Hey! -grité cuando una rara niña se había tropezado conmigo haciendonos caer a ambos.

-¡Perdón! -exclamó ella levantándose rápidamente para ayudarme a mi tambien.

No dejé que me tocara y me levanté yo solo para sacudirme la ropa, mi camisa se había ensuciado con tierra y no había cosa que odiara más que estar usando ropa sucia. Gruñí molesto y me preparé internamente para regañar a la niña frente a mi, pero no pude, levanté mi mirada y la vi ahí, con sus mejillas sonrojadas y un semblante de preocupación en su rostro. Abrí los ojos como platos y las palabras se escaparon de mi boca como agua caer de un río. Era la niña más hermosa que vi en mi vida.

Ella juntó sus gruesas cejas esperando a que dijera algo, pero no lo hice. Ella se incorporó y junto sus pequeñas manos frente a ella apenada. Su vestido amarillo también se había ensuciado y por el golpe una de las tiritas que sujetaban su blusa cayó a un lado, dejando ver debajo de su clavícula un raro lunar con forma de mariposa.

-Uh... t-ten más cuidado. -dije al fin dando media vuelta tratando de escapar de la escena.

-¡Me llamo ______! -exclamó la niña-. ¿Cómo te llamas tú? -preguntó aún apenada.

Sentí mariposas volar en mi estómago y unas ganas casi incontenibles de vomitar, pero solo sentía las ganas. Volteé a mirarla y en sus ojos pude ver una amabilidad que nunca había conocido de nadie. Tenía unos enormes ojos de color negro, en los cuales podías perfectamente reflejarte en ellos.

-Camilo Madrigal. -respondí en un tono algo bajo pero lo suficientemente alto para que ella lo oyera. Ella sonrió.

-Soy _____ García, y soy nueva en el pueblo.

(...)

Cerré la puerta de golpe sin importarme que los invitados lo oyeran, sentí una desesperación incontenible al mismo tiempo que no importaba lo mucho que respiraba todo el aire del mundo no podía terminar de llenar mis pulmones, me dejé caer contra la pared a un lado de la puerta y abracé mis piernas en posición fetal. No pode contener mis lágrimas y lloré, como en mucho tiempo no pude hacerlo, lloré sin control, lloré un mar de lágrimas y en mi estómago sentía un nudo que parecía romperse con cada sollozo. Un nudo que jamás se repararia.

No podía creer lo que me estaba pasando, estaba seguro de que dejé muy en claro mi decisión de no casarme con una extraña jamás y por ahí iba mi abuela, comprometiéndome con extraños por el bien del tonto milagro que nos había tocado.

Quería ser normal, en ese momento prefería mil veces ser una persona normal antes que una persona con poderes sobrenaturales en una familia supuestamente muy unida en un lazo que estaba más roto que otra cosa. Estaba cansado de ser un soporte para todos y quería que me escucharán, si a mí me tocaba estar para todos respeten mi decisión de no obligarme a hacer una cosa más que no quería.

Tenía el corazón roto.

Escuché como la puerta se abría y dos personas entraban por la misma, al notarme en el suelo cerraron la puertas tras ellas para luego arrodillarse a mis costados creando una barrera de contención junto a mi, o más bien abrazándome.

No dijeron nada, tampoco me importaba mucho quienes eran y solo aceptaba el cariño que recibía de parte de esas personas por un buen rato. Apreciaba su silencio y su compañía en ese momento, estaba tan roto que de mi boca solo salían sollozos.

La última vez que lloré así tenía 6 años, un año después de haber recibido mi don y de que _____ haya desaparecido sin decirme para donde iba o siquiera como localizarla. Ese cumpleaños fue muy duro para un niño que solo quería el cariño de la chica que más quiso, en ese cumpleaños la gente festejó sin mi presencia.

A tus brazos. Camilo Madrigal. Where stories live. Discover now