Extra: Los antojos de Dolores.

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Eran las dos de la tarde del domingo, la familia solía descansar todo el día y el pueblo trataba de no meterse en problemas para darnos un poco de espacio, y yo lo agradecía un montón. De lunes a sábado, levantarte, a penas comer y trabajar casi todo el día por personas que la mayoría de las veces no agradece es a veces muy agotador. Entonces, amaba los domingos.

Solíamos pasarlos en familia, jugábamos todo tipo de cosas y todo aquello que se te pueda ocurrir, íbamos de picnic, íbamos a la cabaña en la montaña, hacíamos teatro, cocinamos con la tía Julieta, y todo tipo de cosas. Cuando tienes una familia tan grande y diversa como la mía a veces se nos acaban las ideas, así que ciertos domingos los pasábamos en nuestros cuartos y el encuentro familiar lo hacíamos en la noche para hablar de la semana, de la familia y comer todo tipo de delicias que preparaba la tía Julieta.

Pero ese domingo fue algo diferente, Mariano había ido a pasar el fin de semana con sus padres, su madre estaba de cumpleaños, pero Dolores no fue, no porque no quería, sino que estaba en su tercer mes de embarazo, estaba hormonal, bipolar, y con muchos antojos, ella creyó mejor idea faltar a ese cumpleaños pero de todas formas mandarle un obsequio. Pero como hace ya mucho tiempo que tiene a su marido pegado en la cola ya no sabe estar sola, y adivinen a quien le toca cuidar a Dolores mientras mi cuñado no está en la casita.

—Dolores, quiero dormir. —gruñí mientras me tapaba con la sábana hasta la cabeza.

Ella estaba a los pies de la cama, leyendo un libro que no conocía, no en voz alta, pero si murmuraba, y bastante, lo suficientemente fuerte para no dejarme poder dormir. Escuché como cerraba el libro de golpe y volteaba sobre su sitió. Me iba a regañar.

—Camilo, te dormiste todo el día, ¿cómo esperas seguir durmiendo? —sonaba molesta.

—Algunos necesitamos crecer. —tomé una almohada y la utilicé para taparme los oídos.

Ella se acercó a mí a pasó firme, quitándome el afelpado para darme un almohadazo.

—¡Tienes 19!, ¡no vas a crecer más!

Me senté en mi lugar, apoyando mi peso sobre mis brazos para mirarla, abrí mi boca indignado, pero me limité a tomar nuevamente la almohada, voltear en la cama y abrazarla, con la intención de volver a dormir, pero mis intensiones fueron interrumpidas cuando sentí como el otro lado de la cama se hundía, y un brazo rodeaba mis costillas, pasando por sobre mis brazos. Abrí los ojos, tratando de no enojarme.

—Perdón hermanito. —murmuró ella con la voz casi quebrandose entre sus palabras.

Bufé y di media vuelta para poder mirarla a los ojos, noté como los suyos se cristalizan y un puchero se formaba en sus labios, una imágen bastante tierna en realidad. Aparté un mechón rebelde que se colaba por sobre su frente y le planté un pequeño besito en la nariz. Necesitaba atención y mucho amor en estas instancias del embarazo, odiaba no saber las técnicas milenarias que utilizaba mi cuñado en estos momentos para tranquilizarla, así que me limité a volver a sentarme y atraerla hasta mi para poder abrazarla mientras acariciaba su cabello. Ella recostó su cabeza en mi pecho y se quedó allí por un rato, en lo que yo enredaba mis dedos entre sus rizos y los dejaba ir, observando como rebotaban, me divertí bastante y reía internamente, era muy fácil distraerme con cualquier cosa.

Un gruñido inconciente se escuchó en aquella habitación, haciendo a mi hermana apenar, se tapó el rostro y automáticamente supe lo que sucedía.

—¿Antojos? —asintió— ¿De nuevo? —me dió un golpe en el pecho, levantándose de su lugar.

—¡Camilo! —exclamó, levanté mis manos tratando de calmarla, pero se cruzó de brazos.

—¿Quieres que te traiga algo?

A tus brazos. Camilo Madrigal. Where stories live. Discover now