XVII

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Una mariposa revoloteaba por aquel río a aquellas horas de la noche. Posaba orgullosa en una larga hoja de pasto, y con su hermoso color amarillo brillante iluminaba en nuestra dirección.

Lo siguiente que sucedió pasó en cámara lenta para mí, ella corrió en mi dirección, saltó y, aún cuando me tomó desprevenido la tome de la cintura, pude sentir sus suaves labios recorriendo mi rostro dejando un camino de besos hasta mis labios, donde se detuvo un par de segundos, sin moverse, sin realizar ninguna acción, simplemente un pequeño beso el cual ella terminó con rapidez para observarme. Sus pupilas temblaban y una pequeña lágrima se asomaba por su ojo derecho, ella sonreía mordiendo ligeramente su labio inferior, y con rapidez asintió.

—¡Claro que si! —jadeó.

Mi primera reacción fue sonreír y volver a pegar nuestros labios en un calido beso, el mejor beso que pude recibir en toda mi vida, un beso que esperé durante tanto tiempo y no quise acabar jamás.

Ella bajó sus piernas, tocando el pasto, y sin romper el contacto se paró de puntillas, me tomó del cuello de la ruana e intensificó El beso, moviendo ligeramente sus labios en un pequeño baile que seguí gustoso. Acaricié su cintura y pude sentir como batallaba para respirar, al igual que yo, pero no fue hasta que ella se alejó para respirar que la vi al fin.

La luz de la luna iluminaba su negro cabello, y sus ojos brillaban con emoción sin dejar de temblar aún. Subí mis manos hasta sus mejillas y ella se acurrucó en las mismas, cerrando sus ojos mientras disfrutaba del contacto que le brindaba en ese momento.

—Te amo... —murmuré.

Ella abrió nuevamente los ojos, pero sin tanta emoción, los abrió únicamente para observar mi expresión y burlarse con una pequeña risa de mis mejillas sonrojadas por aquello que dije.

—Yo también te amo. —respondió.

Junté nuestras frentes y la miré directamente a los ojos, sin romper el contacto físico que aún llevábamos. Ella los abrió lentamente, posando sus bellos ojos sobre los míos, creando en mi un sentimiento que jamás había conocido, una emoción que quemaba desde mi vientre bajo hasta mis hombros, haciéndome sentir pequeño ante ella, teniendome a su completa disposición si así lo deseaba, mi corazón latía con fuerza y las mariposas volaban alrededor del mismo. No quería que acabara ese momento en toda esa noche, no quería volver al pueblo y ser parte de la fiesta cuando ya había una fiesta en mi estómago y mi corazón.

Subió sus manos y acarició las mías con delicadeza, con un tacto suave que solo ella era capaz de crear, y sonrió mostrando sus hermosos dientes, soltó una pequeña carcajada divertida por alguna razón que yo desconocía, pero no pude evitar seguirle la risa, y así lo hice. Reímos sin razón, por todo o por nada seguro, por la felicidad inmensa que nos rodeaba o por únicamente mis mejillas coloradas por tanto amor y emoción, únicamente llegaba a la conclusión de que no había razón, no tenía una razón para reír pero su sonrisa era tan bella, y su risa tan contagiosa que no pude evitar seguirla.

Luego de unos segundos ella dejó de reír y bajó la mirada a mis labios, para luego volver a subirla a mis ojos, haciéndose notar la misma llama que yo sentía pero en sus ojos, los podía ver brillar como nunca antes. Y ella se acercó, volvió a romper la distancia con un beso que no duró más que dos segundos, para luego escapar de mis brazos, robándose el anillo.

Ella corría y yo iba detrás de ella, aceleré el paso y estiré una mano para tomarla pero ella fue más rápida y corrió con las fuerzas. Una risa y un jadeo escaparon de mis labios y la seguí por aquel campo. No me di cuenta en el momento que habíamos llegado nuevamente al pueblo y únicamente allí la alcancé.

A tus brazos. Camilo Madrigal. Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ