VI

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Mi corazón golpeaba con fuerza y mis piernas no se detenían. Corría detrás del menor montado en un tigre que por mucho me ganaban en la carrera, por mucho que me chocara con todos en la fiesta, de todas formas jamás disminui el paso detrás de ellos.

Llegamos al patio de atrás, giré varias veces la cabeza buscando a la chica de mis sueños, consiguiendo únicamente resultados negativos, hasta que la pude ver al fin, estaba debajo de un árbol, sentada en un banco en la oscuridad, escribía algo en una libreta y cuando se dió cuenta de mi presencia la cerró, llevándose para acercase a mí.

Mi pecho parecía un tambor por los golpes que daba mi pobre corazón. Pero todas mis ilusiones cayeron al suelo cuando la luz de la luna se reflejó en su pelo.

—Hola Camilo.— dijo ella con una sonrisa.

Sentí cólicos por unos segundos, mis piernas temblaban y sentía unas ganas horribles de llorar en ese momento.

—¿Qué haces aquí? —pregunté seco.

—Vine a la fiesta, como el resto del pueblo. —rodé los ojos ante su respuesta. —Camilo tenemos que hablar.

—¿Ya te disculpaste con tu hermana? —ella abrió los ojos como platos, miró al suelo apenada y negó con la cabeza.

—No tuve la oportunidad de verla hoy, ¡pero quiero disculparme contigo!

—Alicia, no hablaré contigo hasta que arregles tus problemas con tu hermana.

Dicho eso, di media vuelta y volví adentro.

Yo no soy el que merece las verdaderas disculpas de parte de esa niña con pelo desarreglado de color blanco, a mi no me importa lo que realmente haga mientras respete a la gente que nunca hizo nada para dañarla.

Nuevamente estaba molesto, sabía que estaba ahí pero sentía impotencia al tenerla tan cerca y no poder ser capaz de encontrarla. Fuí a mi cuarto, no quería saber nada de la fiesta ni de la gente del pueblo, me sentía derrotado, cansado, con sueño y ganas de comer. Tal vez dormir me ayude pero nada como una deliciosa arepa con queso para hacerme feliz.

Ignoré a toda la gente que me saludaba en la escalera, tal vez creían que era un amargado pero esa noche si era una persona amargada.

Al llegar a la puerta me detuve, sentí en el cerrojo de la puerta una textura que no era habitual, al alejar la mano mi corazón dió un vuelco, había una nota con una letra que no reconocía, pero el texto en ella fue suficiente para recobrar esperanzas.

Sé que me extrañas.

Abrí los ojos como platos.

Puede ser...

Levanté la mirada al escuchar una dulce risa y pude ver a una chica con vestido amarillo, zapatos de tela y cabello muy negro recogido en una coleta, escabullirse por los pasillos del segundo piso de la casita. Sin dudarlo y sin tirar la nota comencé a correr detrás de ella.

Era veloz, pero nadie ganaba a Camilo Madrigal, así que aceleré el paso casi alcanzandola por las escaleras, iba tomarla de la mano pero en una rápida acción saltó y la casita la ayudo reemplazando las escaleras por una resbaladilla por la cual me lancé segundos después. Escapó entre la gente, la cual bailaba y celebraba, el olor a tequila y sudor se sentía en el aire pero eso no evitaba que ellos siguieran felices en su fiesta. Por un momento siendo un estorbo ya que no me dejaban casi alcanzar a la rara chica que no quería dejarse alcanzar.

Pero porque digo casi, pues, en medio de la sala, gracias a la gente que le impidió el paso la tomé del antebrazo, y ella giró la cabeza dando a conocer su identidad.

A tus brazos. Camilo Madrigal. Where stories live. Discover now