I

1.1K 101 5
                                    

Miedo.

Tan profundo y desolador, tan primitivo, tan arraigado a la mente humana, quizá es de los sentimientos más antiguos de los que se han tenido registro.

El miedo está en todas partes en la naturaleza.

Desde el más diminuto de los seres hasta la más poderosa y fiera de las especies lo sienten.

Es lo que nos hace actuar, decidir en consecuencia, movernos o no movernos, tomar un riesgo o no tomarlo.

Toma cualquier forma: El miedo a morir, el miedo a no tener qué comer, el miedo al dolor, el miedo a la tristeza, el miedo a lo desconocido.

Mi miedo, el que me ha mantenido viva por tres años es el que cualquier ser trae por defecto: El miedo a la muerte, a no preservar la especie.

Llamémoslo... Supervivencia.

En un mundo dónde los seres humanos volvimos a ser presas, el miedo a sido mi mejor amigo, quizá mi único amigo en estos tres años.

Ahora mismo, oculta entre matorrales y follaje, el miedo me indica que no mueva ni un solo músculo.

Si hago un movimiento brusco, el trabajo que me ha llevado casi un mes se irá a la mierda.

Mientras el animal se acerca a mi trampa, me siento cada vez más y más ansiosa, las probabilidades de fallar siempre, siempre incrementan en el último momento.

Mi ansiedad se ve reflejada en mi respiración y en el sudor que empapa mi frente y nariz, el pequeño animal está bastante cerca, solo un poco más... Un poquito más y...

-¡Te tengo!- grito en cuanto el pequeño conejo blanco cae en mi trampa -Ya no puedes huir de mí-

Con la pequeña jaula hecha de ramas y hojas, tomo al animalito y lo llevo a mi cueva.

En cuanto puedo colocar al conejito en el pequeño corralito que hace semanas le cree, voy por las cosas que necesito para tenerlo listo.

-Pequeño amigo, sí que me has causado problemas he... Eres muy escurridizo-

Al tener lista la pasta de hiervas, voy hacia la bola blanca que esta tan asustada, el miedo en su máxima expresión... Por supuesto que no confía para nada en mí.

En la tela coloco la pasta, tomo al pequeño conejito y le envuelvo la patita en la tela con pasta, la patita que se quebró al caer en una de mis trampas.

Es cierto que para sobrevivir hay que cazar... Pero sin duda, este conejito se ganó mi respeto.

Empecé a notar que mis vegetales aparecían mordidos, creí que el ladrón sería una cosa seria, pues parecía comer muchísimo.

Así que me puse alerta, vigilando mis cultivos como un águila, al inicio creí que serían varios conejitos viniendo en momentos diferentes, pero después vi que solo era él.

Una nube blanca que des combina completamente con este bosque, porque los conejos aquí son cafés o grises... De vez en cuando negros, nunca había visto uno blanco.

De verdad me sentí muy culpable cuando mi trampa sonó y este pequeño apareció sostenido de una pata.

El miedo lo obligó a saltar rápido sin darme tiempo de ayudarlo, la caída le rompió la patita.

Pero eso no impidió que me siguiera robando la comida.

-Te lo puse difícil... Pero, aun así, seguiste y seguiste, felicidades amiguito, te has ganado tu derecho sobre mi comida-

Le digo a la masita esponjosa que coloco de nuevo en su corralito, le acerco un cuenco con agua y otro con vegetales.

Su miedo disminuyó, definitivamente su instinto le ha dicho que no me lo voy a comer, así que por eso se permite bajar la guardia para comer con tranquilidad.

Casa de lobosWhere stories live. Discover now